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In memoriam

Adela Celorio

Siempre queda un poco de la gente que pasa por nuestra vida y que sin desearlo, con el tiempo uno olvida su cara, su nombre y finalmente, en algún agujero negro de nuestra memoria, desaparece para siempre. Porque la memoria que es selectiva, sólo atesora el recuerdo de quienes coinciden con nosotros en algún recodo del tiempo para enriquecer y colorear nuestra vida con su entusiasmo y su energía. Es por eso que ahí, en un fragmento de ese motón de espejos rotos que va siendo ya mi memoria: alta, rubia y burbujeante como la champaña, apareces en aquella clase de literatura en la que yo apenas intentaba entender algo, cuando para mi total deslumbramiento propusiste: "Si estamos estudiando a Los Griegos, lo lógico es que nos vayamos a Grecia para leerlos "in situ".

Para mí, una joven madre que daba sus incipientes pasos de libertad en aquel taller literario que impartía Elena Poniatowska, aquello era una locura, pero como siempre he dicho, lo mío no es la cordura, por lo que sin dudarlo levanté la mano: "¡Yo voy!". "¿Qué…? Debes estar loca", dijo sorprendido mi esposito que por entonces no contaba con mi terquedad. Necié y necié y necié hasta que se rindió por cansancio y me dijo: "Está bien, vete. Yo te compro el boleto, pero sólo de ida, y te quedas allá por favor".

Así fue como una mañana primaveral, siete aguerridas mujeres bajo el magnifico sol del Pireo nos aprestamos a emprender nuestra propia Odisea navegando por el Egeo. Brindamos con vino resinoso en Mykonos, en Rodas, en Skópelos y en Foligandros. Éramos las sirenas y el canto, París, Elena, Ulises, Penélope, Príamo y Tisbe. Incendiamos la nave con nuestro entusiasmo y nuestra alegría, y enlujamos la travesía con los típicos trajes mexicanos que alguna de las escritoras llevaba en la maleta. Rendido a tu belleza, el capitán del Castalía insistió en compartir su mesa con nosotras. De vuelta en Atenas, nos despedíamos de Grecia mirando el magnífico show del hotel Amalié, hasta que tú, mujer de gran mundo, te levantaste de la mesa: "esto es un show para turistas", dijiste conminándonos a aventurarnos en una taberna de mala muerte para conocer el genuino sirtakis que sólo bailaban los hombres, ya que en la Grecia de aquellos años, las mujeres no eran bien vistas en aquellas melancólicas tabernas donde el "busuki" (instrumento tradicional) celebraba el estallido de los platos al estrellarse contra el piso donde toscos artesanos, pescadores, camioneros que formaban la clientela, enlazados los brazos por los hombros, ofrecían el genuino sirtakis que tú esperabas ver.

De pronto, emocionada te levantaste de la mesa y las miradas curiosas y ardientes de los parroquianos te siguieron hasta la miserable tarima de madera, donde descalza comenzaste a bailar con movimientos cadenciosos como los de las suaves olas del Egeo que acabábamos de abandonar. Despojándose de sus chaquetones, los hombres barrieron con ellos la tarima para que los guijarros de los platos rotos no lastimaran tus pies. Memorable recuerdo que mi selectiva memoria trae de inmediato cuando pienso en ti, amiga mía. Con la energía que ponías en cuanto tocabas, acudiste al llamado de don Antonio de Juambelz - tu padre - para inyectarle sangre nueva y modernidad a "El Siglo" e impulsar el nacimiento de "Siglo Nuevo", esa joya con que quincenalmente se complementa nuestro querido diario.

Somos lo que hacemos y tú no parabas de hacer. Ahí quedan tantos hechos entre los que se encuentran los textos que escribiste inspirada en la osadía de la Güera Rodríguez, y como ella, te moviste a tus anchas en el mundo. Amaste y fuiste amada, formaste una hermosa familia y tu vida fue abundante y generosa. Pues bien, no sé cuanto camino me falta para llegar a mi Ítaca, pero quiero pensar que en alguno de "Los pasillos del palacio" te encontraré para volver a navegar juntas y compartir la música, las palabras, textos, libros y para enfrentar los nuevos retos que nos imponga el más allá… o quizá, el silencio eterno.

Quién lo sabe, la moneda está en el aire. En cualquier caso, tú espérame, allá nos vemos.

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