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Incendio en la aldea

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

España integra con apuros y después de meses un frágil gobierno. Brasil inaugura los golpes de Estado, en el marco del derecho. Gran Bretaña anula por voluntad propia su futuro y se desconecta de Europa. Colombia desecha la paz y se pronuncia por la guerra. Y, ahora, Estados Unidos opta por el encierro, la recesión y el odio.

Lideradas por cínicos, locos o mezquinos, las tribus de la aldea global han votado por regresar a las cavernas donde sólo quepan ellas o por el suicidio colectivo. Reviven la piedra y el fuego. Y lo más curioso, todavía hay quienes festejan que tales decisiones deriven del desarrollo de la democracia.

La emoción desbanca a la razón política en el planeta y, en México, a la clase dirigente nada le preocupa porque los dichos y refranes tienen cobertura amplia: aquí no pasa nada porque como México no hay dos y, si algo pasa, no hay mal que por bien no venga porque cada problema es una oportunidad.

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Poco a poco, pero sin aflojar el paso cobra fuerza en el mundo la idea de aislarse, parapetarse en trincheras, protegerse tras los muros, restablecer aduanas y fronteras, rearmar -en su doble sentido- la endogamia en aras de la pureza original y abandonar la noción del comercio como instrumento para ampliar y enriquecer las relaciones. Más vale desintegrar al otro, que integrarlo. Que cada quien se rasque con sus propias uñas porque las uñas sirven para todo: rasguñar, romper, robar y hasta para comérselas de miedo o arañar los sueños.

Tal absurdo es comprensible. Es la reacción social al gobierno del desgobierno que resiste revisar los términos de la globalización, el desfasamiento entre el vértigo de la economía y la lentitud de la política, y la concentración del poder cupular en tiempos de comunicación horizontal y activismo popular.

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Ante esa desesperación social, la élite en el poder cierra los ojos porque ojos que no ven, nación que no siente. Abrirlos y levantar la mirada supone encarar un desafío de muy difícil solución: asumir el fracaso del modelo neoliberal que sólo acarrea beneficios a la bóveda de los grandes consorcios, pero no a los bolsillos de la gente y vulnera las decisiones colectivas. Más fácil es reponer el muro de Berlín y construir otros, que revisar los cimientos de la globalización.

Por lo demás, ni qué decir: los políticos enquistados en los centros de poder nunca se equivocan y mucho menos los economistas que contratan. Mejor es jubilar a politólogos, historiadores y sociólogos, dejando la plaza a los psicólogos, siempre y cuando éstos analicen desde la óptica de la personalidad individual al loco del zacate sobre la cabeza, al ardido amante de la guerra en Colombia, al gallego que le aprietan los zapatos del poder, al desquiciado conservador que le pegó un tiro en el pie a Gran Bretaña... y expliquen, si se puede, por qué esa francesita, la tal Marine Le Pen, saliva y sonríe, mientras se frota las manos como nunca se le había visto.

Es mucho más sencillo justificar cuanto ocurre a la luz de la psicología individual, que pensar en el agotamiento de las estructuras políticas, en particular la democracia y los partidos, ante un modelo económico que no da margen para dar respuesta a las sociedades en su conjunto.

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Si, desde hace tiempo, en más de un país se restringió la libertad individual en aras de la seguridad nacional, ahora, se quiere postular un absurdo: gracias a la libertad residual, los pueblos eligen voluntaria y civilizadamente la barbarie. Así es la democracia y contra la voluntad del pueblo nada, dicen. Que pase el dirigente de la Asociación Nacional del Rifle a encabezar el Consejo de Seguridad en Naciones Unidas.

En esa lógica, políticos de cepa o advenedizos han descubierto en la chispa del malestar social su energía y poco les importa incendiar la aldea global. No dicen lo que piensan, piensan lo que dicen. Y animados por el eco y el aplauso que recibe su ocurrencia, se lanzan a la arena. Es el momento en que escogen partido y no la hora en que el partido los postula. Ya con licencia para competir y carisma para atraer, esos líderes dicen lo que la gente quiere oír y proponen arrojarse al vacío. Los políticos establecidos miran con azoro cuanto ocurre y resuelven refugiarse en las instituciones que se resquebrajan. No pretenden resolver el problema, sólo sobrevivir a él y, pasado el huracán, ver si recuperan su dominio.

Y todos contentos porque, a fin de cuentas, en las urnas se establece el veredicto: el loco en turno o la decisión en puerta se elige democráticamente. Qué bien funciona todo. El maleficio del descontento social crea el hechizo de enaltecer a figuras dignas de atar, personajes de ensueño que garantizan una pesadilla.

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En México, por fortuna, los fundamentos del régimen político y económico están bien firmes y cuentan con inagotables reservas. No faltan cuadros ni divisas. Eso sin considerar la generosidad de la gente, siempre tan aguantadora. Problema del resto del mundo andar eligiendo a pirómanos con cajas de cerillos, no nuestro. Allá ellos si se incendia la aldea global. De llegar a resentir algún efecto, en todo caso aquí se cuenta con el plan DN-III y el multifacético programa Solidaridad-Progresa-Oportunidades y Prospera.

Basta una conferencia de prensa sin preguntas para tranquilizar a los mercados, recortar por aquí y por allá uno que otro programa social absolutamente prescindible, mantener en su puesto a quienes han mostrado ineptitud garantizada y canjear una que otra posición con la oposición siempre tan dispuesta a callar, a partir de un caramelo, un magistrado, un "moche" o un fiscal.

Aquí, desde hace años, rige un principio que ha arrojado muy buenos resultados: más vale lamentar que prevenir... Algo así, dice el refrán.

sobreaviso12@gmail.com

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