¿Todos los políticos son iguales? Una de las consecuencias más indeseables del fracaso educativo mexicano, es nuestra proclividad a generalizar y a llegar a conclusiones rápidas y sin mucho sustento. La impresionante facilidad con la que salen de nuestra boca palabras como: "siempre", "nunca", "todos", "ninguno", etcétera.
Al generalizar perdemos oportunidades. Por ejemplo, la de elegir -aceptemos ese término- al menos malo de entre los candidatos a un cargo de elección popular. Muchos de los que se muestran indiferentes ante la posibilidad de participar activamente en la escena pública, están convencidos de que, al final, todo es lo mismo.
Habitamos un país en el que hay autoridades federales, estatales y municipales corruptas; algunas de ellas dan muestras de no tener límites; otras, actúan con mayor mesura. Hay servidores públicos que exhiben una gran astucia para ocultar sus corruptelas; otros más, son burdos y descarados. Algunos -si se quiere, los menos- son realmente honestos.
No se trata de un tema de ideologías. Encontraremos mejores y peores políticos en la derecha y en la izquierda. Y, por qué no, también los hallaremos en las filas de cada partido político. Pero tales hallazgos no serán posibles desde la indiferencia.
Es muy preocupante que la educación contemporánea tienda a no fomentar el reconocimiento del mérito propio y ajeno. Es creciente la difusión de un culto a una igualdad simplona, que se contenta con expresiones totalitarias sin fundamento, al tiempo que prohíbe el uso de palabras como "mejor" o "peor"; justificándose en el endeble discurso de la "autoestima", cuando lo que hay en el fondo es la mera comodidad y la ausencia de compromisos, porque juzgar compromete.
De la manera más irreflexiva posible se está condenando a los mexicanos a vivir en la mediocridad. ¿Con qué elementos los futuros ciudadanos podrán distinguir la bondad o maldad de una obra pública, si desde muy pequeños se les educa a que, pase lo que pase, nadie reprueba y que, hagan lo que hagan, el resultado será el mismo?
Si tanto se le canta hoy en día a la diversidad, es indispensable que nos eduquemos a no ser indiferentes, sino a sopesar y valorar con extremo cuidado aquello que nos distingue, y nos hace mejores o peores que los demás.