Inmortalidad de Cervantes y don Quijote
Un par de versos en el capítulo final de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha sin duda son sustentados en la fama inmediata que conquistó el libro de Miguel de Cervantes Saavedra y tal vez en la intuición y la observación del mismo porque auguran la inmortalidad del ingenioso Caballero de la Triste Figura y consecuentemente la de su creador.
Los versos que tras el fallecimiento de don Quijote escribe su vecino y amigo Sansón Carrasco dicen: “que la muerte no triunfó / de su vida con la muerte”. Una posible paráfrasis sería: la muerte no triunfó sobre la vida de don Quijote cuando el murió. ¿Por qué eso? Porque sigue vivo. Lo certero de los versos lo evidencia la vida a nuestro lado de Cervantes y don Quijote.
Lo acertado del par de octosílabos lo confirman la indudable fama mundial de ese vigoroso personaje llamado don Quijote y el hecho de que en este 2016 estemos conmemorando el cuarto centenario de la muerte de su creador, Miguel de Cervantes, fallecimiento acaecido un día como hoy, 23 de abril, pero de 1616.
Don Quijote, ya inmortal después de publicado por Cervantes y afamado por las varias ediciones impresas en España y en países de lenguas extranjeras, muere en el capítulo 74 de la segunda parte. Lo han matado “melancolías y desabrimientos [rigores, dificultades]” -narra Cide Hamete Benengeli-, aunque no después de haberse recuperado de un sueño de agonizante.
Al despertar le dice a su sobrina que se siente “a punto de muerte” y le pide llamar a sus amigos el cura, el bachiller Sansón Carrasco y el barbero. Luego les avisa a todos: “siento que me voy muriendo a toda prisa”. Pero lo dice sin dolor, al contrario, sentimos que sus palabras llevan todo el vigor que le conocimos en sus aventuras.
En cambio, Sancho, para dibujarnos una sonrisa dolorida, plañe con toda su ingenuidad, como si morir o no morir fuera a voluntad: “No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía”.
En los umbrales de su muerte, pareciera que Cervantes copia, aunque sea pálidamente, los últimos días de don Quijote. Veamos. A principios de la primavera de 1616 en un camino se le acerca un estudiante. Cervantes le platica sus padecimientos y pronostica su fin: “Mi vida se va acabando, y al paso de las enfermedades de mis pulsos, que a más tardar terminarán su carrera este domingo, acabaré yo la mía”.
No muere ese domingo, pero a fines de marzo se agrava. El 18 de abril se somete a ritos religiosos premortuorios pero al día siguiente, como don Quijote, se siente recuperado y se pone a escribir la dedicatoria de su libro Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Y como don Quijote, sin dolor, antes al contrario, con jocosidad, habla de la inminencia de su fin.
En la dedicatoria redactada el 19 de abril de 1616, Cervantes escribe con gracejo: “Aquellas coplas antiguas que fueron a un tiempo celebradas, que comienzan ‘Puesto ya el pie en el estribo’, quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola”. Y más adelante describe su condición postrera: “Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta [dedicatoria]: el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan…”
El 23 de abril, el ya famoso Miguel de Cervantes Saavedra (quizá no tan famoso como su don Quijote), entra definitivamente a la inmortalidad no de manera gratuita, sino merced a su gran obra llena de gracia, de ingenio, de sabiduría, de amor, es decir, merced a su gran obra humanística. En el IV centenario de la muerte de Cervantes ocurrida en un día como éste convendría proponerse leer o releer El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
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