Nuestras autoridades son insensibles ante la realidad que experimenta la ciudadanía. Visto así, Carlos Salinas de Gortari era en tipo honesto: Ni nos ven ni nos oyen. Muy poco de lo que nos ocurre es realmente de su interés; y cuando lo es, su relevancia obedece a un cálculo político-electorero, o peor todavía, al negocio personal implícito en atender a nuestro llamado.
Pero, la insensibilidad tiende a convertirse en descaro. Hemos llegado al punto en que ya ni siquiera son cuidadas las formas. Ya no se toman las precauciones para "no ofender". Los poderos, grandes y pequeños, se conducen de maneras más descuidadas, pavoneándose de sus riquezas y sus privilegios. Nos van dejando evidencia constante de la vida llena de placeres que se dan a costa de nuestros impuestos. Al hacerlo, fomentando día con día una sensación de injusticia que acumula resentimientos y potencia el malestar ciudadano.
Pero, ¿qué va a pasar cuando la liga no resista más el estiramiento y se reviente? Los más perversos, aquellos que pese a su insensibilidad se dan cuenta del creciente malestar ciudadano, suponen que sus riquezas incalculables alcanzarán para huir del país. Lamentablemente creo que tienen razón y que esa posibilidad de resultar totalmente impunes, alimenta su insensibilidad y su codicia.
Pero, lo más triste, es que la ruptura, entre más violenta sea - si no es que, como sospechan algunos, ya está siendo - tendrá entre la mayoría de sus víctimas a los menos culpables. No hablo de inocentes, porque, salvo los niños, todos contribuimos de una manera u otra a que este desorden reinara. Pero, quienes menos se han beneficiado del "río revuelto", tenderán a ser quienes más paguen las consecuencias del desastre.
Por eso, antes de que sea demasiado tarde, tenemos que empezar a actuar. Es muy importante que nos demos cuenta de que las salidas violentas no conducen a ningún lugar seguro. La historia nos lo ha demostrado de múltiples maneras. Aquí es mejor que, los que estamos en disposición de hacerlo porque nuestra educación nos lo permite, asumamos nuestra responsabilidad.
No se trata de ser los "salvadores" sino de algo menos ambicioso: De que nosotros no perdamos la sensibilidad. No importa cuál sea el trabajo que desempeñemos, pensemos un poco en el otro y en su realidad; y hagamos algo por transformar su situación. En estos casos, aún el esfuerzo más pequeño, es significativo.
Gastamos demasiado tiempo y energías en tratar de obligar al otro a ver el mundo como nosotros lo experimentamos. ¿Por qué no mejor ocupamos esos esfuerzos en hacerle al de alado la vida un poco más fácil? ¡Dejemos de ser insensibles! ¡Por favor!