Siglo Nuevo

Jane Campion

Feminista autoproclamada ‘hija’ de Cannes.

Sweetie, 1989.

Sweetie, 1989.

MANUEL SERRATO

La realizadora neozelandesa es la única mujer que ha ganado la Palma de Oro a la mejor dirección en el Festival de Cannes. Lo hizo con El piano, filme de 1993 que obtuvo numerosos galardones internacionales. El vínculo de la cineasta con el festival francés ya se había estrechado desde 1982, cuando fue reconocida por Peel, su cortometraje debut, y se consolidó en 2014, cuando fue nombrada presidenta del jurado para la edición de aquel año. “Soy ‘hija’ de Cannes y me siento en familia, sin el festival no hubiera tenido la carrera que tengo”, ha sostenido en más de una ocasión.

Un piano abandonado a orillas del mar, que se ve minúsculo desde los acantilados donde rompen las olas, es la posesión más preciada de Ada, una mujer escocesa que desembarcó en la Nueva Zelanda del siglo XIX para casarse, por un arreglo de su padre, con el terrateniente Alistar Stewart. Ada es muda desde los seis años y, para comunicarse con el mundo, se vale de una pequeña libreta que lleva colgada al cuello y de su pequeña hija Flora, que domina el lenguaje de señas y así interpreta lo que la madre dice con sus manos; pero sobre todo, Ada se vale de su piano. Más que un instrumento, más que una pertenencia, el piano es su voz, su libertad, su pasión y esencia. El piano viajó con ellas durante toda la travesía marítima, pero los aborígenes maoríes que Alistar llevó para trasladar el equipaje de las mujeres a su nueva casa en la isla, decidieron que era demasiado grande y pesado para cargarlo entre la selva fangosa. El piano se quedó encallado en la playa y Ada tuvo que conformarse con ir de vez en cuando a tocarlo mientras Flora hacía piruetas en la arena.

El hombre que las acompañaba al lugar del piano abandonado era otro inglés que había adoptado los usos y costumbres de la población nativa y habitaba una cabaña cerca del mar. Se llamaba George Baines y era socio del nuevo marido de Ada. La atracción que el hombre sentía por ella fue tal, que se adueñó del piano, mandó trasportarlo a su cabaña y, ante la rabia muda de la mujer, le pidió enseñarlo a tocar. Alistar estuvo de acuerdo, ya que por un lado necesitaba seguir teniendo de su parte a Baines por un futuro negocio de tierras y, por otro, congraciarse con Ada, pues aún no se ganaba su confianza ni lograba que ella lo viera como esposo.

Sin embargo, pronto se revela que las lecciones de música representaban para Baines una simple excusa, el mero escenario para proponer un pacto secreto: Ada puede, a cambio de ciertos oscuros favores, recuperar su piano. De ese modo, la mujer que no habla desde los seis años, la madre viuda vendida en matrimonio por su propio padre, la que cruzó los mares hacia una tierra todavía inhóspita, deberá decidir entre recobrar el instrumento que dota de voz y pasión su existencia -aunque para ello deba ponerse a merced de un hombre extraño- o mantener la poca armonía que hasta ese momento quedaba en su vida, una vida donde la infelicidad era casi tan persistente, como el afanoso oleaje de la bahía que la vio desembarcar.

El piano (1993) significó para Jane Campion (Wellington, 1954) la puerta al reconocimiento internacional. La película le reportó la palma de oro en el Festival de Cannes, el premio a mejor dirección por el Instituto Australiano de Cine y el óscar a mejor guion original.

De igual forma, las actrices principales vivieron con la película una especie de consagración. Por su papel de Ada, la estadounidense Holly Hunter obtuvo el óscar y el BAFTA a mejor actriz, además de ser premiada en la misma categoría por el Instituto Austrialiano de Cine, el Festival de Cannes, la Sociedad de Críticos de Cine de Boston y la Asociación de Críticos de Cine de Chicago. La canadiense Anna Paquin, por entonces de sólo 11 años, obtuvo un discutido óscar como mejor actriz de reparto por su papel de la niña Flora, así como el premio -en la misma categoría- del Instituto Australiano de Cine.

Aunque El piano suele ser tildada de simple en términos argumentales y de ser un filme sobrevalorado, sus aciertos innegables residen en el vestuario (coordinado por Jane Patterson), la musicalización (a cargo de Michael Nyman) y en el trabajo fotográfico de Stuart Drybourgh. Más allá de una historia que, en efecto, puede resultar pálida y predecible en sus giros dramáticos, la belleza de la fotografía y el montaje la dotan de una muy peculiar fortaleza emotiva.

Antes de El piano, en la filmografía de Jane Campion destacaban los cortos Peel (1982), Passionless moments (1983) y A girl’s own story (1984) y un par de largometrajes: Sweetie (1989) y An angel at my table (1990), basada en la autobiografía de la poetisa Janet Frame.

DESPUÉS DE EL PIANO

El año 1994 fue uno de los intensos en la vida de Jane Campion: además del óscar a mejor guion por El piano, ocurrió el nacimiento de su hija, la joven actriz Alice Englert. El año previo no sólo había significado el lanzamiento de la película y la cosecha ya de galardones en diversas latitudes, sino también la pérdida de su primer hijo, Jasper, quien falleció a los 12 días de nacido.

Después de todo ese barullo, el trabajo continuó con Retrato de una dama (1996), basada en la novela homónima de Henry James y protagonizada por Nicole Kidman, quien en aquel momento consideraba el filme como la mayor oportunidad de su carrera. Como se trataba de otra historia de época, ambientada en esta ocasión en la Inglaterra del siglo XIX, la producción contó de nueva cuenta con Janet Patterson en el trabajo de vestuario y repitió la nominación al Oscar en esa categoría.

En 1999 se proyectó Holy smoke! En ella, Kate Winslet interpreta a Ruth, una joven australiana que tras un viaje por India, experimenta un resurgimiento espiritual y, a instancias de una especie de secta, decide cambiar su nombre e identidad. Sus padres, tras hacerla volver, la llevan con un 'reprogramador' mental de nombre P. J. Waters para regresarla a su estado normal.

El siguiente largometraje de Jane Campion fue el thriller erótico In the cut (2003), conocido en español como En carne viva y que, a decir de algunos críticos, rescató de forma aceptable elementos del cine negro estadounidense de los sesenta y setenta. Con un papel que requirió desnudos y escenas de sexo explícito, Meg Ryan se desprendió del estigma de mujer aniñada y risueña de comedias románticas. La historia pone el foco en su personaje Frannie Avery, una profesora de literatura que realiza una investigación sobre la novela policíaca y el slang urbano del Nueva York contemporáneo. Como coestelar, aparece Mark Ruffalo en el papel del detective Malloy.

En 2009, Jane Campion retomó el montaje de época con Bright star, basada en los últimos tres años de vida del célebre poeta inglés John Keats (1795-1821) y el romance nunca consumado con su musa Fanny Brawne. Con Ben Whishaw y Abby Cornish en los roles principales, la película obtuvo una nominación al Óscar por mejor vestuario, a cargo, para no variar, de Jane Patterson.

JANE CAMPION Y EL FEMINISMO

Después de un paso por la Chelsea Art School de Londres en 1976, Jane Campion se graduó en Artes Visuales en el Sydney College of Arts en 1981. Mientras se dedicaba a la pintura, mencionaba entre sus influencias al escultor Joseph Beuys y a la pintora mexicana Frida Kahlo, cuya figura se ha vuelto ícono de movimientos feministas. Tras considerar a las artes plásticas como medios de expresión muy limitados, decidió estudiar en la Escuela Australiana de Cine, Radio y Televisión y de allí comenzó a construir su filmografía.

Jane Campion no sólo es la única mujer que ha ganado la palma de oro en Cannes por mejor dirección, sino que es una de las solamente cuatro mujeres que han sido nominadas en la categoría de mejor director en toda la historia de los Premios Óscar, junto a Lina Wertmüller, Sofia Coppola y Kathryn Bigelow (la única que sí obtuvo la estatuilla).

Aunque se considera una feminista comprometida, sus historias han sido criticadas por algunas corrientes del feminismo, debido a que muestran mujeres oprimidas o en situaciones desfavorables y constantemente vinculadas a amantes autoritarios. No obstante, la realizadora defiende el hecho de ser una voz alzada en contra de las desventajas de género que se viven en la actividad cinematográfica:“No se puede ser mujer sin ser feminista. Las mujeres no crecen bien en un mundo como el del cine, donde hay que desarrollar un caparazón especial para el que no estamos acostumbradas".

Twitter: @manuserrato

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