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Kike Ferrari

El argentino que escribe novelas mientras limpia el metro de Buenos Aires

FOTO: EFE / David Fernández

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Redacción S.N

El lugar de trabajo de Enrique “Kike” Ferrari bien podría ser el escenario de alguna de sus novelas negras: subterráneo, oscuro, ruidoso. Un submundo urbano que despierta cuando los demás duermen; premiado en España, Francia y Cuba, traducido al francés y al italiano, sus obras tienen lo mismo un complejo laberinto de pasiones, como una alta estética literaria.

Este argentino, que comenzó su trabajo hace dos años en la estación Pasteur-Amia del metro de Buenos Aires, donde se dedica a limpiar las instalaciones, combina baldazos de agua y el recambio de bolsas de basura con bolígrafos y papel.

Con las mismas manos con las que deja en condiciones el metro, escribe y corrige sus novelas y relatos negros, género al que ingresó hace ya más de cinco años.

Con su uniforme azul con rayas fluorescentes y sus tatuajes (entre ellos, uno de Karl Marx que le dejó de regalo un excompañero del metro) y sus herramientas de limpieza, este escritor sale a hacer su recorrida nocturna por los túneles subterráneos de Buenos Aires que transportan a miles de personas al día.

“Nunca me dediqué exclusivamente a la literatura: en 25 años de vida laboral tuve una larga veintena de trabajos, la mayoría de ellos del orden manual”, explicó recientemente durante una entrevista.

“La literatura hasta ahora funciona como un camino paralelo que complementa el trabajo que hago todos los días”. Ferrari fue, entre otras cosas, panadero, fletero, ayudante de electricista, jardinero y periodista.

SUS INFLUENCIAS

Fanático confeso de Charles Bukowski, el escritor estadounidense que ejerció el oficio de cartero durante muchos años, Ferrari cree que “nadie vive solamente en un universo de letras” y que el que lo hace es porque tiene a “alguien que le barre el piso”.

“El mismo Borges no vivió de la literatura hasta sus tardíos 60 años”, afirmó, y luego expresó que por suerte pertenece a otra generación de “escritores laburantes (trabajadores)”.

En sus momentos de descanso, y en la soledad de un metro vacío de madrugada, Ferrari pudo corregir su última novela Y es probable que no quede ninguno (2015).

Con un relato anterior, Ese nombre (2010), ganó el concurso de relatos policíacos de la Semana Negra de Gijón, en España, un evento que, afirmó, fue una “bisagra” en su vida, y donde también premiaron a su novela Que de lejos parecen moscas (2011) como Mejor ópera prima del género negro.

La feria modificó su “percepción de la literatura” y de su posición dentro de ella, y la de sus colegas, ya que pudo sentirse como parte de una cofradía de escritores de distintos lugares que, sin haberse leído entre sí, narran “en la misma cuerda”.

UN MAESTRO MEXICANO

Entre las suertes que ha tenido la vida del escritor argentino, una lo llevó a vivir en Estados Unidos durante cuatro años, como indocumentado, lugar donde conoció por primera vez de la existencia del escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, quien además de ser un gran exponente de la novela negra en latinoamérica, había fundado la Semana Negra de Gijón, algo tan extraño como el sentimiento que lo embargó años después, cuando durante la edición número 24 de este festival premiaran una de sus obras. Con esa alegría de sentirse parte de un movimiento más grande, Ferrari decidió llevar el recuerdo para siempre en su cuerpo: tiene tatuado el logo del festival en su brazo derecho

En esa ocasión, fue el propio Taibo, quien presentó Que de lejos parecen moscas, novela de Ferrari, que a decir del escritor mexicano: “Es sólida, fluye perfectamente, y además está escrita en esta idea de que la novela negra es la nueva novela social del siglo XX”. Más tarde, Kike Ferrari diría del “jefe Taibo”, como él mismo lo llama: “Paco me cambió la forma de escribir, no es una persona, es una fuerza de la naturaleza”.

ENTRE DOS MUNDOS

A pesar de los diversos premios que ha recibido por sus novelas, Ferrari no abandonó su trabajo en la revista de los Metrodelegados y en los panfletos sindicales.

Un autor que además ha manifestado claramente que ama su trabajo de escritor, pero también le gusta mucho sentirse parte de un colectivo, el de los trabajadores del metro. “El rol por el que gran parte de los compañeros me conocen acá abajo es porque soy activista gremial”, explica orgulloso de ese activismo.

La mayoría de sus colegas conoce su otra actividad, y muchos de ellos leyeron su obra: “Es bastante incómodo que lean en presencia tuya, pero es una incomodidad simpática, en cualquier caso”.

A pesar de que la dualidad escritor-trabajador puede parecer curiosa ante ojos ajenos, él no encuentra una contradicción entre sus tareas, porque entiende que la literatura “no es un privilegio de la burguesía”. Ferrari aseguró que no cambiaría su doble vida: “no vivir de la literatura me da una libertad que de otra manera no tendría, porque no necesito del próximo contrato para pagar la cacerola. Igualmente, como siempre digo, las cervezas más ricas que yo me tomo son las que pago con la plata de los libros”.

SUS HISTORIAS

Entre las obras que lo han llevado a ser reconocido en el ámbito de la literatura, se encuentran Operación Bukowski, publicada por Mondragón en 2004; Entonces sólo la noche, libro de cuentos que vio la luz en 2008 con una editorial independiente de la capital argentina; Lo que no fue, editada en 2009 por Casa de las Américas, en La Habana; Que de lejos parecen moscas, bajo el sello editorial de Amargord, en Madrid, 2011, y publicada al año siguiente en su traducción al francés por Moisson Rouge, París; al igual que Punto ciego, en coautoría con Juan Mattio, el año pasado.

En 2015, narra el propio autor, entre la limpieza de los vagones del metro, pudo corregir su más reciente novela: Y es probable que no quede ninguno, bajo el heterónimo de Hank McPherrar, que salió ya a la venta bajo el sello de Fan, en Buenos Aires.

El primer premio literario que obtuvo en su carrera fue el del fomento literario del Fondo Nacional de las Artes, según el mismo ha manifestado no lo cobró nunca. Eran cinco mil pesos en 2008, y su Entonces sólo la noche salió tercero. Al año siguiente obtuvo el primer accésit del Premio Casa de las Américas, de Cuba, por Lo que no fue. En 2012 le dieron el Silveiro Cañada de la Semana Negra de Gijón, en España, a la mejor primera novela negra por Que de lejos parecen moscas. La historia, inspirada en su exjefe de la tanguería, salió publicada primero en España, después en Francia, en México y por último en Argentina.

Por tres relatos publicados en Nadie es inocente, fue premiado, de nuevo, en la Semana Negra de Gijón, en el certamen de cuentos policiales en 2010, 2011 y 2014.

En Francia fue finalista de dos premios: el Grand Prix de Littérature Policiére, y el Prix SNCF du Polar. En estos certámenes, ningún autor se postula. Un jurado decide quiénes son los extranjeros que escribieron en ese año lo mejor del género. Por eso, comenta Kike, es importante llegar finalista, “porque alguien filtró todo lo que se publicó en el mundo y eligió diez, mi libro era uno de ésos”.

UNA NOVELA DELIRANTE

Un coche negro como un rayo negro y lujoso cruza la General Paz, que divide Buenos Aires en cintura para arriba y cintura para bajo. Dentro del coche, su dueño: el señor Machi. Dueño también de los empleados de sus empresas, de propiedades en barrios selectos y de una interminable colección de corbatas italianas. Lustroso, satisfecho, el señor Machi. Se reconoce como un hombre hecho a si mismo y hecho a medida, desde que hace más de treinta años comenzara con una pequeña fábrica familiar; mientras adelanta coches que valen lo que una de sus noches de mujeres caras y cocaína de la buena.

Un incidente tan trivial como simbólico (“Debe hacer veinte, veinticinco años que no pincho una goma, piensa, ¿para esto gasta uno 200 lucas en un auto?”), lo enfrenta con un problema que puede arrebatarle el éxito tan duramente alcanzado.

Y tiene que resolverlo solo, porque no sabe quién le ha tendido la trampa. Mientras recorre los suburbios porteños intentando deshacerse del problema, el señor Machi elabora una lista de los posibles culpables. Y son tantos que pierde la cuenta. Porque pudo ser cualquiera de los que ha pisado en estos años para seguir trepando o demostrar su poder. Cualquiera de esas personas a las que ha aplastado sin pensarlo siquiera, porque para el señor Machi resultan tan insignificantes que de lejos parecen moscas.

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