Se ha despertado otra nueva controversia sobre quiénes somos y qué hacemos con nuestras vidas, ahora por la Olimpiada de Río y nuestras capacidades para ganar pocas medallas, que representan todo un caso para el análisis psicosocial de la educación del mexicano, sin dejar de ver nuestras graves limitaciones en cuanto apoyos para lograr resultados, caso de financiamiento, alimentación y favorecimiento para la participación en la alta competencia.
Es triste reconocer que nuevamente aparecen con grave responsabilidad nuestros politiqueros, cuando analizamos su falta de interés y hasta la corrupción que alcanza a las proteínas y las vitaminas que debieran ingerir nuestros atletas.
Toda comparación es odiosa y dolorosa, más cuando sabemos que está apegada a la realidad y al hacerlo contra los resultados de los EUA, donde un solo atleta ha obtenido más medallas que todos los nuestros juntos. Doloroso.
En esa discusión se enfrascaron mis familiares menores, unos desde diferentes ciudades de México y otros en el extranjero; algunos a favor del nacionalismo y otros en contra: "eventualmente lleva a la segregación o racismo", comentó uno de ellos y tiene algo de razón, sobre todo cuando es mal interpretado y llevado a favorecer los intereses de las minorías.
A ellos les escribí mi opinión, adjuntada a un video de mariachis tocando el Huapango de Moncayo y Guadalajara, en la Plaza Mayor de Madrid. España.
"He estado leyendo los "post" que envían en relación a México y su participación en los Juegos Olímpicos de Río y todos tienen parte de la razón; sin embargo, déjenme escribirles lo que pienso:
México es un país grande, inclusive en kilómetros cuadrados de extensión -aunque nos hayan arrebatado la mitad- y nos ha enseñado, al través de la historia, a apreciar valores universales, como el amor, el bien, la verdad y la belleza; sociales, caso de la riqueza de la familia y su unión; e individuales, como el apego y espiritualidad con respeto a los mayores, por citar algunos.
Cierto que hemos perdido el camino y no toda la culpa es de los politiqueros, -plaga que nos ha infestado y nos tiene gravemente enfermos- también es responsabilidad nuestra: de los viejos que no supimos defendernos y defender al país; y de ustedes, que han confundido nuestra identidad nacional, por sentir vergüenza, solapada por el desconocimiento de quiénes somos.
Nuestra riqueza cultural es inmensa, mayor a la de muchas naciones y nuestra mezcla genética nos ha hecho peculiares, con virtudes y defectos, pero únicos e irrepetibles.
La riqueza en el arte ha tenido mucho que aportar al mundo, como la música de Moncayo, que compartí con ustedes; la pintura de Siqueiros y Orozco -solo menciono dos-; o la arquitectura que enriquecimos con el estilo churrigueresco mexicano.
De filosofía y educación, imposible mencionarles un solo personaje, pero pueden consultar los cientos que existen, navegando en La Internet que ustedes manejan mejor que yo y hasta me ayudan ocasionalmente.
De la familia mexicana y las costumbres que nos unen, tenemos riqueza que no debemos despreciar y mucho menos desvirtuar, rompiendo con ellas para tomar ajenas, frías en amor filial y que alejan por el corazón, más que la distancia.
Nuestras tradiciones, -incluyendo las religiosas- son vastas, aunque nos revistieron las político sociales con falsedades que transformaron a nuestros héroes en seres inimitables y poco inspiradores, inservibles para promover identidad nacional.
La fortaleza del mexicano posee una mezcla genética superior a muchas otras -recuerden que hemos sido descritos como etnia diferente- y el descuido en el deporte de grandes esfuerzos no ha impedido sobresalir plenamente, pero… ¿qué me dicen de esos corredores indígenas que fueron capaces de transitar desde Veracruz al centro de México, corriendo, con paso constante, hasta llegar a tiempo y con el pescado de la mañana fresco ante el emperador?; ¿y los gladiadores del Juego de la Pelota?, mostrando un vigor y orgullo, ejemplo y estímulo para todos sus contemporáneos. Por cierto, nosotros no cometimos magnicidio con ellos.
No olviden nuestro espíritu de cordialidad y pacifismo, revivan en la memoria aquello de "el respeto al derecho ajeno es la paz" o la Doctrina Estrada, política internacional de no intervención en asuntos de otros países. Por favor comparen y mídanlo en sensibilidad humana.
Les pido que reflexionen y concienticen nuestra gran herencia cultural, sabiendo diferenciar entre mexicanos -nuestro pueblo- y politiqueros -gobernantes y administradores públicos corruptos y despreciables- y luego, comprender que el mundo globalizado requiere de hombres y mujeres que conozcan su entorno y realidad del presente, viendo al futuro y pensando que somos tan valiosos como cualquier otro ciudadano del mundo, ni mas ni menos, pero orgullosamente mexicanos y para colmo ¡laguneros!"
Espero me disculpe por compartirle por este medio algo tratado en familia, pero me movió el deseo de motivarle al orgullo de mexicano.
ydarwich@ual.mx