La casa se mantiene en pie, aún después de más de un siglo de construida, altiva, orgullosa como en aquellos tiempos, satisfecha de haber sido el hogar de don Benito Rodríguez Ruiz y doña Marcela Bazán Cárdenas y su numerosa descendencia. Su exterior no ha cambiado, sólo sus colores se han actualizado.
Su interior está grabado en mi mente, en mis recuerdos, la distribución de las habitaciones, una amplia sala entrando por la puerta ubicada por la avenida principal, no recuerdo ninguna ventana que diera al solar oriente, poco o quizá nunca hicimos sala en esta amplia estancia, no me recuerdo sentado en alguna de las sencillas pero resistentes sillas y mecedoras de color oscuro, en sus paredes uno que otro cuadro cuadrado o bien ovalado de algunos de nuestros ancestros, ¿qué fue de ellos?, lo ignoro, no creo que alguien más apegado a los abuelos los haya conservado.
De ahí se conducía a una amplia habitación, el comedor donde luce una gran mesa de ocho o tal vez diez sillas, algunas vitrinas con algunas vajillas de antigua, elegante y fina porcelana china, de la cual, muchos años después, pude rescatar tan sólo un plato con su respectiva taza cafetera, que no puede simular su antiguedad.
Muy vagos recuerdos quedan en mi mente de algunos otros muebles más, pero si de una amplia ventana que permitía que los rayos del sol iluminaran tan amplia estancia; veo moldes, sí, muchos moldes de estaño en forma de hojas en forma de pétalos con los que la tía Mela daba forma en papel de diferentes colores a ramos florales y con éstos a sus coronas, ¿sucedía todo el año o tan sólo en vísperas del día de finados? ¡No lo recuerdo!
Tres puertas, una que conduce a una recámara y de ésta a otra y posiblemente de ésta última a otra más. Una segunda puerta que conduce a una amplia cocina y finalmente una que lleva al amplio solar y de inmediato a la noria; ésta con una base repleta de macetas, las macetas repletas de plantas y las plantas cubiertas de olorosas flores de múltiples colores.
El solar, sí, aquel espacioso solar donde no faltaban los nogales criollos, los granados, las higueras, unos árboles que producían unas pequeñas manzanas llamadas jujuves, más adentro los maizales y entre ellos las serpenteantes guías de las calabazas, con sus amarillas flores.
¡Que deliciosos olores salían de la pequeña cocina, de las hojarascas, de las empanadas, del pan de levadura, de ese dulce de leche quemada cubierto de pedacería de nueces, de sus conservas de diferentes frutos y sobre todo de las tortillas de harina.
El abuelo Benito en sus buenos tiempos y varios lustros después con los estragos que hace el devenir de los años, de la abuela Marcela no quedó ningún recuerdo, partió muchos años antes de que yo naciera, después, la tía Mela, sola, en aquella enorme casona al cuidado del abuelo.
Una mañana dominical, una gran algarabía, muchos familiares, una bella joven ataviada en un elegante vestido de novia, sin duda es la tía Pura, la hija de Don Vicente Garza de la Fuente y doña Hortensia Flores Rosas, ¿por qué la boda en casa del novio, el tío Blas?, me interrogaba a mis escasos siete años; tuvieron que pasar muchas décadas para conocer el motivo a través de una narración de la querida prima Kukuis, una de las tres descendientes de ese matrimonio que se estaba llevando a cabo; una de las gemelas, de escasos meses en mis brazos, una recámara en penumbra y en ella la tía Pura exageradamente cobijada, recién salida de su trance de haber traído al mundo a su pequeña Dolores.
Después, la partida del abuelo, la partida de la tía Mela. La casa por algún tiempo cerrada, abandonada, un día en que se distribuyen entre familiares los muebles y demás pertenencias, un espejo ovalado con un fino marco adornando la sala del hogar paterno; un plato con su taza de fina porcelana en una vitrina de mi casa, finalmente la venta de la casa.
La distribución de las habitaciones de esa casa está en mi mente, en mis recuerdos, su exterior no ha cambiado, sólo sus colores se han actualizado, la casa se mantiene en pie, aún después de más de un siglo, gallarda y altiva como en aquellos tiempos, quizá algún día, al pasar por ese Morelos querido, solicité permiso a sus actuales propietarios para visitarla y recorrer su interior, aquel gran solar con sus granados, con sus higueras, con sus jujuves, quizá ya no haya maizales ni flores de calabaza, pero eso sí, aquellos frondosos nogales criollos de más de un centenar de antigüedad. ¿Cómo la encontraré?, ¿cómo está grabada en mis recuerdos? ¡Quién lo sabe! (Julio del 2016).
Por: Dr. Leonel Rodríguez R.