En medio de los grandes problemas mundiales y regionales actuales, hablar de las abejas pudiera parecer trivial, pero no lo es. Nada que tenga que ver con la naturaleza debe ser trivial. Hablar de que las abejas están desapareciendo pudiera parecer exagerado o sacado de una novela o película de ciencia ficción, pero no es así. Está sucediendo. Y está sucediendo aquí en La Laguna, como ha sucedido en otras partes del mundo. ¿Debería ser esto motivo de preocupación? ¿Hasta qué punto?
Cuando se habla de abejas por lo regular nos referimos a la abeja doméstica (Apis mellifera), un insecto hymenóptero apócrito apoideo que tiene la característica de desarrollarse en una "estructura" social, llamada enjambre o colmena, con una clara y asombrosa clasificación de tipos de individuos. A grandes rasgos, la sociedad de las abejas se divide en reina, obreras y zánganos. Pero dentro de las obreras existen siete subtipos de acuerdo a las funciones que realizan: limpiadoras, nodrizas, cereras, almacenadoras, guardianas, ventiladores y recolectoras de polen, néctar, propóleo y agua. A esta sociedad sui generis, en donde las hembras desempeñan casi todas las tareas, la civilización humana le debe más de lo que nos imaginamos.
Se estima que la abeja melífera, una evolución de la avispa, existe desde hace por lo menos 100 millones de años, por lo que puede ser considerada una familia de insectos relativamente joven. Aunque ya existían otros insectos polinizadores, los científicos han confirmado que las abejas fueron los primeros especializados en esta tarea y, por lo tanto, son mucho más eficientes. Es probable que la diversificación explosiva que tuvieron en el período Cretácico las plantas angioespermas, es decir, las que poseen flores, tenga que ver con la especialización de las abejas en la polinización. Para darnos una idea de qué representa esto basta decir que un tercio de los alimentos que consume el ser humano proviene de este tipo de plantas.
Pero además de la polinización, la Humanidad se ha beneficiado de otros frutos del trabajo de las abejas, como lo son la miel, la cera y el propóleo. El impacto de estos productos abarca desde la alimentación y la industria hasta la medicina y el arte. Desde el Neolítico existen registros de la utilización de las abejas por parte de los seres humanos. La importancia de estos insectos en la civilización quedó plasmada en una mitología rica en símbolos basados en los atributos de las abejas. En Egipto, Grecia y, por supuesto, Roma, fueron relacionadas con dioses, sabios, ciudades célebres y monarquías. Las abejas han acompañado prácticamente toda la evolución de la sociedad humana hasta hoy.
En los últimos días, El Siglo de Torreón ha hecho del conocimiento público un fenómeno que tiene preocupados a los apicultores y agricultores de la región, pero que debería preocuparnos a todos. De acuerdo con el Sistema Producto Apícola de la Región Laguna, entre 2015 y 2016 han desaparecido 6,000 de las 8,000 colmenas que se tenían registradas. La pérdida para los apicultores se calcula en unos 20 millones de pesos. Los agricultores, como los meloneros de Matamoros, esperan también pérdidas para este año ya que al no haber enjambres suficientes, no podrán llevar a cabo la polinización como normalmente lo hacen.
Pero este problema no es nuevo ni mucho menos exclusivo de La Laguna, lo cual lo hace más preocupante. Aunque desde finales de la década de los sesenta del siglo pasado se ha documentado la desaparición parcial de las colmenas en Europa y Estados Unidos, no es sino hasta la primera década del siglo XXI que el fenómeno ha llamado la atención, en gran medida por el aumento de la frecuencia y las pérdidas consecuentes.
En el documental Vanishing of the bees (La desaparición de las abejas), de 2009, dirigido por George Langworthy y Maryam Henein, se habla de los primeros casos alarmantes en 2007 ocurridos en Estados Unidos, en donde apicultores perdieron, prácticamente de la noche a la mañana, la totalidad de sus colmenas. El informe "El declive de las abejas", de 2013, elaborado por Greenpeace, reporta que en Europa se ha perdido el 20 por ciento de las colonias de abejas, con casos de hasta 53 por ciento en algunos países. Lo más intrigante es que hasta ahora no se ha logrado explicar a ciencia cierta qué es lo que está pasando o cuál es el origen del problema.
Las hipótesis de las causas del llamado Trastorno de Colapso de Colonia (CCD, por sus siglas en inglés) son variadas y van desde problemas bióticos, como virus, plagas, enfermedades o problemas genéticos, hasta factores medioambientales y de contaminación, como el calentamiento global, el estrés por cambio de entorno, la proliferación de monocultivos, el uso de granos genéticamente modificados o la utilización de plaguicidas sistémicos. En La Laguna, como en otras partes del mundo, investigadores se encuentran haciendo estudios sobre el origen de la desaparición de las abejas.
Aunque es aventurado adelantar un resultado, una buena parte de los especialistas en el tema parecen convencidos de que la respuesta está en el modelo de producción agrícola actual, intensivo, industrializado, químico y, en consecuencia, agresivo para la naturaleza. De confirmarse esto, la solución plantea una enorme paradoja: el modelo de producción que ha permitido alimentar, mal o bien, a la mayor población humana de la historia, es el mismo que pudiera poner en riesgo su viabilidad.
Se le atribuye a Albert Einstein una frase sobre este riesgo: "Cuando muera la última abeja, cuatro años después desaparecerá la especie humana". Tal vez no ocurra así, pero los desequilibrios que ocasionaría una disminución drástica de la población de abejas sí son para espantar el sueño. Como en los otros problemas que tienen que ver con el medio ambiente y la agresión sin precedentes que ha sufrido éste en la era industrial, la gran pregunta es: ¿cómo sostener a una creciente población humana de 7,400 millones, y a su forma de civilización basada en el consumo sin dañar tanto a la naturaleza y que ésta termine por volverse contra nosotros?
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