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La clave de la traición

JESÚS SILVA-HERZOG

No retuve el partido que lo cantaba. No importa mucho aquí. La identidad de nuestros partidos en campaña depende de su tonada: cumbia, baladita o reggaeton. No hay derecha ni izquierda, no hay populistas ni neoliberales: la política en tiempos de elecciones es una competencia de frases huecas y tonadas bobas. En el ritmo está la señal que los distingue. La oferta es nada. El anuncio que escuché en la radio repetía las tonterías al uso para soltar después una amenaza a los traidores. Sí: en los breves segundos de una cancioncita, el partido aquel arremetía contra los desleales. El escarmiento a los traidores se presentaba como oferta electoral. Hoy se invita a una guerra contra la traición para pedir el voto. Tengo la impresión de que algo dice esa línea de la propaganda electoral y que de alguna manera captura el tono de nuestra política. Un candidato a la presidencia llama traidor a su hermano y lo desconoce. El patriarca lo expulsa de su familia por haber tomado un camino distinto al suyo. Otro político se dirige a sus colaboradores para advertirles que los traidores merecen ser decapitados. Quienes discrepan de la línea de un sindicato son humillados públicamente. Se les descalza, se les hace desfilar por la calle con un letrero que los incrimina como traidores para ser trasquilados a vistas de todos. Mientras alguien los rapa, los espectadores piden gasolina para prenderles fuego. Si han traicionado al sindicato merecen el peor de los escarmientos. La vejación convertida en espectáculo público. Una advertencia a los infieles.

Que nuestra política empiece a escribirse en esta clave es signo de que nos envenena. La lealtad coactiva niega una libertad esencial: apartarse de la militancia previa, decidir por uno mismo, atreverse a cuestionar el camino del clan. ¿No defiende el traidor su derecho a reinventarse? Cuando la política se piensa como un deber de lealtad, cuando se le pinta como una obligación frente a quien es capaz de intimidarnos se ha convertido en una jaula. La intervención en la vida pública nace entonces del miedo y no de la conciencia. De un compromiso antiguo, no de un acuerdo fresco que ha de renovarse cotidianamente. No es acto de libertad sino demostración de membresía. Es nado en cardumen y no decisión individual. La política se escapa entonces del impulso ciudadano para someterse a un código militar: la disciplina, el acatamiento, la aceptación acrítica de un orden vertical son requisito de pertenencia. Quien se atreve a discrepar de la formación castrense merece la expulsión y el vejamen.

¿Qué hay detrás de estas cruzadas contra la traición? ¿Qué revela esta causa de la lealtad exclusiva? En primer lugar, una enferma noción de la política, un grotesco simplismo moral. Para el cazador de traidores el mundo no es un sitio complejo en el que se entremezclan valores contradictorios, un espacio abierto a múltiples decisiones razonables sino un campo binario el que se enfrentan luz y oscuridad. Ante ese escenario no hay, en realidad, opción: simplemente hay que acatar la verdad y seguir el camino revelado. Escarmentar a los traidores es una forma de recordarle a todos que no hay más ruta que la propia. Cuando Maquiavelo hablaba de la necesaria flexibilidad del príncipe, cuando celebraba su capacidad de mudar de lealtades atendía precisamente a esta complejidad. Es absurda y hasta inhumana la pretensión de lealtad política absoluta y eterna. La opinión de ayer es el prejuicio de hoy. Hoy no vemos el mundo como lo vimos ayer; aquí no se ven las cosas de la misma manera que allá.

Acusar traición es reemplazar la polémica con la pira. Al traidor no se le rebate, se le quema (literal o metafóricamente). Y sin embargo, quien cambia de apegos bien puede abrirle caminos al presente. Todo acto de rebeldía es una mudanza de lealtades: abandonar una lealtad para adoptar otra. Los enemigos de la traición suelen olvidar su propia historia. ¿No se atrevieron nunca a repudiar su elección previa? La soberbia del inquisidor es infinita: el cazador de traidores cree que la historia desemboca en él.

Cuando la política se empieza a escribir en clave de traición hemos entrado al universo de la guerra, ese fracaso del entendimiento.

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