Era un doberman de color golondrino de mediana edad, de aspecto imponente y con un instinto de guardián a toda prueba, amén de su celosa fidelidad y continua compañía hacia su amo. Me refiero al Secre, perro propiedad de don Ernesto Bredeé de la Garza, quien en la década de los ochenta nos hizo el favor de prestarnos las instalaciones que quedaron de lo que fue el Rancho San Isidro, donde ahora es la Colonia Granjas San Isidro, exactamente en la Calle Sertoma esquina con Blvd. Independencia (donde están las palmas altas) al comienzo de la Avenida México. En ese lugar, tuvimos por cinco años nuestra primera clínica veterinaria, cuando éramos recién egresados, no sólo atendíamos pequeñas especies, sino que también, otra de las especies que más admiro y quiero, que son los caballos. Al Secre nos tocó atenderlo como médicos cuando lo ameritaba, aunque por lo general fue un perro sano. Recuerdo un día que pasamos mi amigo César Cepeda y yo por enfrente de la casa de la Familia Bredeé, quienes siempre tenían abierta la puerta del jardín que da al Blvd. Independencia y precisamente en la puerta se encontraba el Secre, y al reconocernos, se nos fue encima, haciéndonos correr a César y a mí a todo lo que dábamos por espacio de dos cuadras, con la consiguiente rechifla y burla de los que pasaban en esos momentos por el Blvd. Independencia; por fortuna, no nos alcanzó.
En otra ocasión, recuerdo que nos invitó el Licenciado Gustavo Bredeé Ortiz al Rancho Santa Teresa, y me tocó ver al Secre atacar y matar a una víbora de cascabel que rondaba cerca de la casa. Así como hay perros con los que existe empatía, y desde el comienzo les cae uno bien, existen también otros, que por más que queremos caerles bien, nunca lo logramos (igual pasa con las personas) y el Secre era de esos perros, siempre que había que vacunarlo o consultarlo, teníamos que ponerle bozal y sujetarlo debidamente para evitar una mordida, pues nunca nos llegó a querer.
Avanzaron los años, el Secre se hizo viejo, y aunque sus reflejos y su fortaleza ya no eran iguales, seguía conservando su porte y su bravura. Pasaba ya los 11 años de edad, cuando su dueño don Ernesto, que ya tenía tiempo enfermo, fallece, y casi de inmediato el Secre, quien también estaba muy enfermo, empezó a aullar lastimosamente, empeorando su condición y entrando en franca agonía sin dejar de aullar, la señora Beatriz, hija de don Ernesto, nos llamó para que fuéramos por el Secre para darle eutanasia. Cuando llegamos por él, estaba casi inconsciente y aullaba a intervalos. Pensamos que tal vez fue casualidad que se hubiera desmejorado en ese momento tan emotivo, ahora al conocer mejor a los perros, prefiero creer, que tal vez el celoso, fiel guardián y amigo, quiso acompañar a su amo en éstos sus últimos momentos en esta vida y acompañar a Don Ernesto a cruzar el puente a la otra vida y seguirle siendo fiel de aquí a la eternidad.
Y ahora para terminar una gota de filosofía:
ES MEJOR HABLAR LA VERDAD QUE DUELE Y SANA QUE HABLAR UNA MENTIRA QUE CONSUELA Y LUEGO MATA.