La crisis más prolongada
Al final sólo los aumentos de la productividad pueden generar prosperidad, pero esta es una realidad que los políticos se niegan a admitir. ¿Por qué? Porque no les conviene. El político vive de tratar de convencer a los ciudadanos de que todo lo bueno que le pasa a la sociedad es producto de su capacidad y generosidad. Un aumento de la productividad, en cambio, sólo puede venir de la inversión privada y del trabajo en conjunto de la sociedad. Los políticos rara vez tienen qué ver, excepto cuando se apartan y permiten que las fuerzas del mercado operen con mayor libertad.
En 2008 estalló una crisis económica en Estados Unidos y en Europa que pronto se extendió a todo el mundo. En México la situación se vio agravada por la epidemia de influenza A-H1N1, por lo que se generó un desplome de casi seis por ciento de la economía nacional.
Hay buenas razones para pensar que el desplome de 2008 fue provocado por malas políticas gubernamentales, como la decisión política del gobierno de George W. Bush, de Estados Unidos, de impulsar la contratación de hipotecas incluso por familias que claramente no tenían forma de pagarlas, y por una política monetaria laxa con la que la Reserva Federal buscó impedir que la economía de ese país cayera en una recesión. Pero al final la economía siempre acaba por regresar a su cauce normal independientemente de las medidas que los políticos tomen para modificarlo. Las consecuencias muchas veces son peores que los problemas que los políticos trataron de remediar en un principio.
Los gobiernos del mundo nunca aceptaron, por supuesto, que la crisis de 2008 hubiese sido producida por sus propias políticas económicas. Echaron la culpa a la codicia de los bancos y por lo tanto se dedicaron a emitir nuevos reglamentos que han hecho más difícil la operación de los bancos y por lo tanto la concesión de créditos. El crédito privado está avanzando a una tasa muy baja en el mundo. Al mismo tiempo, los gobiernos han venido subiendo los impuestos y estableciendo obstáculos cada vez mayores a la inversión productiva. El resultado ha sido generar disminuciones en la inversión productiva en muchos países.
El Banco Mundial ha venido atemperando el optimismo que tenía ante 2016 que, consideraba, sería un año de recuperación. De su pronóstico inicial, emitido a mediados de 2015, que planteaban que la economía del mundo crecería 3.3 por ciento en 2016, el Banco Mundial ha reducido su previsión a 2.9 por ciento. Esta tasa decepcionante ocurre en un momento en que los bancos centrales de los países desarrollados han estado inyectando enormes cantidades de dinero artificial a la economía sin pensar en las consecuencias de largo plazo que pueden gestarse.
A veces parece que los políticos siempre encauzan sus esfuerzos a combatir los síntomas en vez de la enfermedad. Por eso inyectan dinero a la economía con la esperanza de aumentar la tasa de crecimiento sin percatarse de que esta tasa es simplemente un síntoma de un problema más profundo.
Si los países del mundo realmente quisieran aumentar la tasa de crecimiento, y dejar atrás definitivamente la prolongada crisis, estarían tomando medidas para reducir los obstáculos a la inversión productiva. Reducirían los impuestos y simplificarían los sistemas tributarios. Eliminarían las reglas fiscales que impiden a las empresas repatriar capitales e invertirlos en aquello y donde resultan más rentables.
Pero al parecer los políticos no están interesados en tomar medidas que realmente ayuden a mejorar la productividad y generen un crecimiento saludable de largo plazo. Prefieren paliativos o medidas incluso contraproducentes, como aumentar de manera artificial los salarios mínimos, porque estas son las que les permiten comprar votos.
Twitter: @SergioSarmiento