La suerte de Dilma Rousseff está echada. Esto no significa que esté irremisiblemente destinada a perder su cargo presidencial. La diosa suerte la ha abandonado pero no anula la posibilidad, por teórica que sea, que el proceso de destitución autorizado por las dos cámaras legislativas acabe por absolverla de los cargos que le imputan.
El episodio que vive el Brasil confirma lo precario de la política como actividad. A medida que se perfeccionan y se extienden los instrumentos de monitoreo y la eficacia de la opinión pública, o la de los grupos más organizados de la sociedad civil, la vulnerabilidad aumenta, como es el caso de muchos países. En el nuestro, esto se da sólo cuando las fechorías de los gobernantes han llegado a ser demasiado pesadas para la estructura del partido en el poder, y se han dado enjuiciamientos y desafueros e incluso cárcel.
En el caso que nos ocupa, la concertación de fuerzas de oposición que de tiempo atrás rechazaban la continuación en el poder del partido de Ignacio Lula da Silva, se favoreció la fragmentación exagerada del arco político e hizo que el la ex guerrillera Roussefff careciera de la fuerza suficiente para defenderse frente a una coalición intencionada de enemigos. Independientemente de sus calificaciones como implacable luchadora social durante los tiempos de la dictadura, el debilitamiento de la imagen de la Presidenta, se exhibió en el momento más crucial.
Acabada, en comparación con la arrolladora personalidad de su tutor y antecesor, Ignacio Lula da Silva, el gallardo intento de éste para salvarla no funcionó.
La estrategia para derrocarla, claramente definida como golpe de estado por la Presidente, es profundamente traumática para cualquier sociedad. Aquí, el enjuiciamiento viene a interrumpir la secuencia de desarrollo que hizo famoso a Brasil en el mundo en los últimos 15 años.
Aún en la muy difícil eventualidad de que se dé su reinstalación en la presidencia, se llevará mucho tiempo para reparar el daño en la percepción mundial del gigante sudamericano que hasta muy recientemente era el orgulloso campeón de la superación económica latinoamericana con un vigoroso empresariado firmemente acoplado a las promociones oficiales.
El daño auto-infligido por la clase política de oposición que ha recetado al país, es quizás el más perverso de todos ya que destruye, por terquedades y perversas ambiciones políticas, elementos valiosos del desarrollo brasileño que le son propios como son la confianza en su moderna economía, su coordinación obrero-patronal y una clase media pujante.
El caso brasileño trasladado a México y con su debida proporción guardada, es el un grupúsculo de estudiantes, siguiendo un inútil capricho, dañan e inutilizan instituciones que les son favorables. El IPN vive momentos en que los líderes estudiantiles, que tienen una agenda muy distinta a la escolar, valiéndose de argumentos hechizos muy simplistas, se empeñan en destruir su preparación profesional y su futuro que es lo único que puede rescatarlos de la pobreza en que viven. Al impedir la reanudación de clases, enarbolan una estrategia ciega y suicida.
El fenómeno de autodestrucción en su máxima expresión lo vemos en las innúmeras tragedias que la secta DAESH, grupo de musulmanes ortodoxos, desata en medio oriente y Asia Central, cometiendo los crímenes más atroces, matando e hiriendo millares de inocentes civiles arrasando comunidades enteras y en sus mismos hogares. La indescriptible destrucción de vidas que extienden puede explicarse ya que absolutamente nada que los rodea lo sienten suyo. Para ellos la sociedad y sus instituciones les son ajenas y ninguna clase de respeto puede merecerles y por eso, en un afán de venganza y odio, se dedican a destruir casas, barrios enteros, ciudades, edificios, monumentos artísticos de patrimonio cultural, vidas y familias enteras.
Cada uno en su medida y bajo su propia óptica: Los legisladores brasileños en Brasil le han asestado un golpe artero a los mecanismos de las instancias democráticas que debieran saber usar para su propio bien. Los estudiantes del IPN también golpean a la democracia académica incumpliendo los acuerdos, sin importarles el sentir de la mayoría que sí les interesa su futuro profesional.
Dilma Rousseff, sin ser su intención, nos ofrece una dura lección de responsabilidad. Nosotros en México debemos entender que la maduración política es el factor imprescindible para la madurez nacional.
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