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La doble personalidad de México

JULIO FAESLER

México tiene dos personalidades distintas clínicamente definibles. Conviven juntas. Como en los individuos, también el país puede curarse si el terapista es bueno y el paciente lo acepta.

Todos los países padecen en algún grado ese mal: aspectos que dan justa y ancha fama de calidad cultural, de iniciativa industrial acreditando triunfos y éxitos. Estos éxitos virtuosos conviven con vicios y defectos que pueden ser arrasadoramente negativos.

Sobran ejemplos cuando examinamos el comportamiento de nuestro país.

Los contrastes mexicanos los tenemos a diario. Al lado de las maravillosas expresiones de nuestros artistas y del reconocimiento mundial que reciben, están los horrores de los crímenes que afloran en las constantes violaciones de vidas, de dignidad y derechos que nos han colocado en los renglones más bajos de la estima mundial.

Nuestra doble personalidad nos da una bien ganada fama en el mundo: brillantez cultural, éxito en el comercio internacional, trabajadores productivos y eficientes y el ingenio mexicano. Pero las dramáticas realidades domésticas nos ubican en los peldaños más bajos de la civilización.

Otra muestra de nuestra doble personalidad que a diario exhibimos es el contraste entre la solida marcha de la actividad económica de nuestro país y, por contra, la crasa ineptitud, corrupción y falta de seriedad que han venido a caracterizar al poder público a todos sus niveles y en todas las regiones del país.

La corrupción rampante y la impunidad que la acompaña se adueñan de todos los sectores convirtiéndose en la tónica nacional por la que nos conocen en todo el mundo. En lo particular, es la que marca los tratos que el ciudadano, el empresario, empleado, artesano o campesino tiene con el funcionario, en las oficinas de gobierno y a cualquier nivel.

El perverso daño que queda se traduce en la completa falta de respeto y confianza hacia la autoridad. La insuficiencia de los poderes jurídico, ejecutivo y legislativo se potencia con la corrupción inhabilitando la acción pública. El gobierno recae en sus promesas sin posibilidades de cumplimiento y anuncia programas sociales que aumentan brechas, da manga ancha a los jueces y ministerios públicos para continuar sus tortuosidades.

Los legisladores por su parte, y los partidos que los postulan, gastan su tiempo en ganar posiciones en las carreras electorales más próximas. Los abusos de la partidocracia son cosa bien conocida y, por lo mismo, menos y menos se toman en cuenta. El grueso de la población esté dedicado a trabajar y producir y nada quiere saber de partidos políticos.

Nuestra doble personalidad se agudiza en el sexenio actual. La falta de planes entendibles y las vacilaciones de los funcionarios y políticos forman una opaca valla que frena el paso económico.

Pese a ello, la actividad económica sigue de frente. Los actores van aprendiendo a asumir como un mal necesario el lastre que el sistema político pesa sobre ellos y lo asimilan dentro de sus costos de operación.

México avanza, pues, en dos sentidos contrarios. Las cifras lo dicen. El PNB ha venido creciendo en los últimos años a modesto ritmo, apenas superando el 2 %, abriéndose paso entre la maleza del entorno externo, las recesiones económicas, las caídas del mercado petrolero y una competencia exterior a veces desleal.

Mientras tanto, los índices de popularidad y aprecio de los políticos de primer nivel van en caída libre. Las encuestas actuales ya sitúan la popularidad del Presidente en poco más de un 20 %.

En el doble escenario en que actuamos, mientras la falta de confiabilidad de las instituciones públicas se ha perdido los ciudadanos sabemos que el apoyo mayor del gobierno se dirige a las empresas y consorcios favorecidos por el estrecho grupo en el poder. Por eso el ciudadano deja a un lado los problemáticos apoyos oficiales para confiar más en su esfuerzo propio donde se respeta el valor del trabajo serio y constante. El particular se echa sobre sus espaldas la tarea de impulsar el desarrollo económico del país ateniéndose a sus propias fuerzas y recursos y sin temer los retos que tiene que resolver por sí solo.

La situación tiene otra trascendencia. No sólo hablamos de economía y desarrollo. El tinglado político también evoluciona dentro del escenario dual de imposición y voto razonado. Los comicios de este año muestran un electorado que no siempre seguirá los dictados tradicionales.

Las elecciones de 2018 serán distintas a las de sexenios anteriores. En una mayoría de países los parámetros sociales están en dinámico cambio. En México también.

México madura y se moderniza por una parte, y por la otra, se estanca en lo atávico.

juliofelipefaesler@yahoo.com

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