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La espalda a la paz

NUESTRO CONCEPTO

Por un escaso margen de votación y en medio de un alto abstencionismo, Colombia decidió darle la espalda a la paz. Cuando luego de 52 años de una guerra interna que ha dejado cientos de miles de muertos por fin se vislumbraba un camino hacia el cese al fuego definitivo con una amnistía incluida, el presidente colombiano Juan Manuel Santos decidió, inexplicablemente para muchos, someter la aprobación del acuerdo con las FARC a un plebiscito. El resultado: perdió la paz y ahora, ni siquiera los promotores del “no” saben qué es lo que sigue. La incertidumbre, nuevamente, se ha apoderado de una Colombia golpeada por la guerra y el narcotráfico.

Pero el hecho reviste una relevancia mucho mayor de lo aparente y rebasa las fronteras de la nación sudamericana. En medio de un mundo convulsionado por las guerras que se libran prácticamente en todos los continentes, y ante la incapacidad de las principales potencias de establecer acuerdos para frenar la violencia y abrir procesos de pacificación en donde sea viable y pertinente, la posibilidad de paz en Colombia significaba un ejemplo de que, a pesar de los agravios, daños y enconos, los acuerdos son posibles cuando hay voluntad de las partes.

Llama la atención el escaso margen de triunfo del “no” sobre el “sí”, lo que habla de la polarización de los ciudadanos más comprometidos con el ejercicio democrático. Pero resulta más sorprendente el alto nivel de abstención, alrededor del 60 por ciento, lo cual puede considerarse por sí mismo un gran fracaso del plebiscito impulsado por Santos ante las críticas lanzadas por todos los frentes políticos. Si ya se había llegado hasta al firma del acuerdo y el compromiso de la entrega de las armas por parte de las FARC ¿era necesario acudir a las urnas? En todo caso, ¿no debió haber sido primero el plebiscito y luego la negociación?

Las razones de quienes apoyaron el “sí” se centran en el argumento de más vale un acuerdo, por malo que sea, que continuar con un conflicto que sólo ha desangrado a la sociedad y que no tenía otra salida. Los motivos de quienes se decantaron por el “no” redundan en la herida abierta por la violencia ejercida por las FARC y se instalan en el discurso del resentimiento: por qué perdonar a quienes tanto daño le ocasionaron al país, a quienes secuestraron y asesinaron. En este sentido, el presidente Santos y los promotores de la paz no lograron convencer de las bondades de la misma por encima de mantener el status quo.

Tras este fracaso de la paz, bien vale recordar las palabras de quien luchó incansablemente por conseguirla en su nación y en el mundo. El estadista judío Simón Peres, quien la semana pasada dejó este mundo a la edad de 93 años, dijo al ser cuestionado sobre el proceso de pacificación entre Israel y Palestina en 1993: “no había otra alternativa, tuvimos que hacerlo. Se le preguntó a un antiguo filósofo griego cuál era la diferencia entre la guerra y la paz. ‘En la guerra -respondió- el viejo entierra al joven. En la paz, el joven entierra al viejo’. Sentí que si podíamos hacer un mundo mejor para los jóvenes, esa sería la cosa más grande que podríamos hacer”. La generación presente falló en Colombia. La que perdió es la generación que viene y con ella, la posibilidad de dar un ejemplo al mundo.

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