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La esperanza de tocar fondo

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Triste destino el de una sociedad cuando su máxima aspiración es, algún día, tocar fondo. Muchos mexicanos, tal vez la mayoría, hemos vivido en ese ánimo durante décadas. Nos hace ilusión pensar, por ejemplo, que la corrupción tocará fondo; que luego de escándalos como el de la Casa Blanca, ya nada peor puede pasar… pero pasa.

Día con día la realidad se encarga de mostrarnos que los problemas sociales, políticos y económicos de México están lejos de manifestar su peor cara. No quiere decir que no haya avances en ciertos aspectos, pero suelen ser opacados por noticias desalentadoras, que superan en lo negativo a las malas noticias anteriores.

La vergonzosa actuación de Tomás Zerón, director de la Agencia de Investigación Criminal de la Procuraduría General de la República, en el caso de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, es un ejemplo más de que el deterioro institucional en nuestro país no encuentra su límite. En cualquier nación en la que el estado de derecho privara, Zerón se habría separado de su cargo en tanto una investigación seria y autónoma se encargara de averiguar qué fue lo que realmente ocurrió. Aquí, él mismo se exonera.

Qué se puede esperar en un país, en el que su presidente considera que una disculpa puede servir de garantía de respeto a los Derechos Humanos y que, en contraste, desestima sistemáticamente las múltiples denuncias hechas por organismos nacionales e internacionales, defensores de los derechos fundamentales, sin importar las evidencias y mucho menos las víctimas, esos desafortunados mexicanos que, para el titular del Ejecutivo, no son ni siquiera una estadística.

Hemos llegado a un punto en el que muchos funcionarios públicos no sienten, al menos, la necesidad de simular que hacen su trabajo pensando en el bienestar del país. Los gobernadores, salvo contadas excepciones, se comportan abiertamente como amos y señores de su feudo, con un descaro insultante. Y cuando se cree que ya no puede haber uno peor que Mario Marín (el "gober precioso") o que Ulises Ruiz; aparecen los Duarte para demostrar que siempre es posible empeorar.

Vivimos en un escenario en el que la política es entendida como medio para enriquecerse; en el que la ética se muestra como un estorbo para la función pública; y en el que la simulación comienza a aparecer como irrelevante pues, las probabilidades de ser castigado por las atrocidades cometidas desde el poder gubernamental, son nulas, aún en el caso de la alternancia: la inmensa mayoría de los corruptos sigue en la calle y recibe trato de "don".

En México, hasta la triste esperanza de tocar fondo, nos está siendo arrebatada.

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