Como presidente de los Estados Unidos, Barack Obama posee una larga lista de acciones cuestionables. Incluso los logros más presumidos por su gobierno tienen algún aspecto rebatible. Cuba, Irán, Medicare, Acuerdo de París, política económica, migratoria… prácticamente ningún asunto que puede considerarse positivo de su administración se salva de la mirada de la crítica. Y esto es parte de la política en una democracia. El debate de las ideas. El choque de las posturas. El enfrentamiento de los argumentos. El descubrimiento de lo insuficiente. Porque en una democracia es fundamental poner bajo el escrutinio público todas y cada una de las acciones de los gobiernos, porque sencillamente estos gobiernos funcionan gracias al dinero de los ciudadanos. Sólo hay un punto que difícilmente puede cuestionársele a Obama, y ese es la calidad de su liderazgo político. El viernes pasado, el presidente estadounidense dio una cátedra de cómo ejercer ese liderazgo frente a una multitud afín enojada y ante la presencia de un estridente crítico.
Las crónicas periodísticas y los videos disponibles en Internet relatan y muestran a Obama en una ciudad de Carolina del Norte dando un discurso en apoyo a la candidata demócrata Hillary Clinton -acción válida en los proceso electorales de Estados Unidos-. De pronto, en el auditorio irrumpe un hombre de edad avanzada vestido con una casaca militar gritando y sosteniendo en su mano consignas a favor del candidato republicano Donald Trump. La reacción del público, en su totalidad demócrata, fue primero abuchear al "provocador" y luego responder a sus gritos con el de "Hillary! Hillary!". Una reacción entendible, sobre todo en el contexto de frustración que viven los partidarios de Clinton que ven que la contienda, según las encuestas, está más cerrada de lo que esperaban. Pero una reacción injustificable a los ojos del presidente norteamericano.
En vez de azuzar a la multitud a continuar con las muestras de reprobación hacia el simpatizante de Trump -algo que, por cierto, el propio Trump ha hecho en sus mítines contra manifestantes o "provocadores"- Obama llamó reiteradamente al orden y al silencio. No le fue fácil controlar a los demócratas que ya estaba enganchados con el hombre de la casaca y la pancarta, pero al final lo consiguió y dijo unas palabras que en verdad no tienen desperdicio: "Ey, esperen, escuchen: les dije que había que estar concentrados y ustedes no están concentrados en este momento. ¡Escuchen! Siéntense todos y guarden silencio por un momento. Escuchen: ustedes tienen aquí a un caballero de edad avanzada que está apoyando a su candidato. Él no está haciendo nada. No tienen por qué preocuparse por él. Primero que todo: vivimos en un país que respeta la libertad de expresión. Segundo: parece que él sirvió en el ejército y por eso le debemos respeto. Tercero: es una persona mayor y debemos respetar a las personas mayores. Y cuarto: no abucheen… ¡voten!".
Sus detractores han criticado a Obama por su estudiada retórica. Quien haya escuchado los discursos del primer presidente negro de los Estados Unidos seguramente reconocerá que está frente a uno de los mejores oradores de esta época. Curioso, pero esta virtud para algunos es defecto ya que consideran que no habla con franqueza, que incluso es histriónico en sus apariciones en público. Y puede que tengan algo de razón. Incluso hay quien dirá que su reacción en el evento en Carolina del Norte fue estudiada. Pero lo dirá sin sustento porque es imposible comprobar semejante aseveración. Lo que vale la pena analizar del hecho es el soporte sobre el cual Obama sustenta su liderazgo y contrastarlo no sólo con la burda retórica de Donald Trump, sino también con la concepción que tienen de la crítica la mayoría de los políticos mexicanos, incluido el presidente, gobernadores y alcaldes.
Con la reprimenda a sus seguidores y a los seguidores de Hillary por el abucheo, Barack Obama ejerció la obligación moral más compleja, pero también la más valiosa, de todo liderazgo político: la contención de la ira de la multitud. Pero no sólo eso. El suyo fue un llamado a la razón por encima de la víscera. A la concentración en lo importante -en este caso el voto- y a alejar la dispersión de lo trivial -caer en provocaciones-. Al reconocimiento del otro, que es distinto, diferente, y que merece respeto. A la aceptación de uno de los principales valores que tiene la democracia: la libertad de expresión. Tuvo razón Obama cuando dijo que ese hombre no estaba haciendo nada que pudiera preocupar a los demócratas ahí reunidos cuando simplemente estaba haciendo notar que él no comparte su simpatía política, incluso si su acto pudiera ser tomado como una provocación. La actuación del presidente estadounidense lo coloca a la altura del estadista que entiende que el disenso, la crítica y la manifestación pública de los reclamos y las ideas forman parte de la vida democrática.
Del hecho queda un ejemplo, no sólo para los políticos de Estados Unidos, sino de todo el continente y del mundo. Un ejemplo incluso para los gobernantes de estas tierras mexicanas y laguneras. Para aquellos que ven en todo crítico a un enemigo que hay que desprestigiar o callar. Para quienes en su cortedad de miras asumen como afrenta personal todo cuestionamiento sobre su desempeño público. Para aquellos que entienden la democracia sólo como un juego de arrastre de cómodas clientelas y compra de voluntades. Para quienes en su pobreza política en vez de ciudadanos sólo ven clientes electorales, usuarios de servicios o contribuyentes cautivos. Para quienes son incapaces de entender que en una democracia la manifestación pública de la inconformidad no sólo es válida sino incluso necesaria. Para quienes aspiran a gobernar municipios, estados o la República misma y no son capaces de gobernar su propia ira. Para quienes creen que la participación ciudadana sólo se puede dar de forma vertical y no horizontal. Para quienes piensan que los que pagan sus salarios a través de los impuestos son súbditos en vez de hombres y mujeres libres con el derecho a protestar y señalar lo que consideran que está mal en la ciudad, el estado o el país.
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