La temporada de Navidad y fin de año se ha visto contaminada por la irrupción en la vida pública de Coahuila de una controversia teatral entre los hermanos Humberto y Rubén Moreira, que como todo lo que se refiere a dichos personajes es un fraude.
El sainete inicia en las redes sociales con una grabación de voz atribuida a Humberto, que el presunto autor no se ocupa ni de aceptar ni desmentir, con el deliberado propósito de generar expectación entre el pueblo coahuilense, al que los Moreira le han visto la cara durante los últimos once años.
Que si los Moreira están peleados entre ellos, que si Humberto se va como candidato a diputado local por su cuenta y llama traidor a Rubén, que si Rubén ya pintó su raya, etcétera.
Los Moreira no son tontos ni locos. La farsa que presenciamos tiene por objeto posicionar en la conciencia de los ciudadanos, la idea de que en la vida pública de Coahuila no existen más protagonistas ni más horizonte que los que ofrece la familia que ha hecho de nuestro estado su propiedad particular. Bajo esta óptica la demanda ciudadana que pide el castigo a los culpables y encubridores de la megadeuda no existe; tampoco existe el reclamo por la localización de cerca de tres mil personas desaparecidas, ni los coahuilenses quieren mejores servicios públicos ni una mayor calidad de vida.
Los Moreira quieren que pensemos que en nuestro estado no hay partidos de oposición ni participación ciudadana, ni opción de cambio o alternancia política. El horizonte comienza y acaba en la familia que encabeza una oligarquía burocrática hecha gobierno, y el tema se agota en sus chismes, sus berrinches, sus caprichos y sus reyertas. No existe salida ni expectativa de cambio ni de progreso.
Los Moreira se presentan frente a sus rehenes cautivos como el carcelero bueno y el carcelero malo, para acaparar en la mente de las víctimas todas las alternativas posibles de sobrevivencia.
El planteamiento se antoja absurdo, pero resulta creíble, frente a una experiencia reiterada que acredita que a pesar del mal gobierno y de la corrupción imperantes, no ha faltado quién vote por el PRI de los Moreira que a estas alturas parecen decir: Por qué hemos de cambiar, si hasta ahora las cosas nos han salido tan bien?.
El intento muestra que los Moreira están dispuestos a recurrir a todos los medios para mantenerse en el poder que han retenido a fuerza de plata o plomo, para hora reinventarse en la farsa sin temor al ridículo.
Otra vertiente del circo cuyo comentario nos ocupa, está dirigida al priismo nacional. Días atrás el presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI Enrique Ochoa, anunció que su partido no apoyaría a Humberto Moreira como candidato a una diputación local, a lo que el aludido responde anunciando que si el PRI lo expulsa de sus filas, el PRI será expulsado del Estado.
La estrategia del Moreirato que se concreta en torcer el brazo a quién se deje, no perdona ni a la cúpula priista ni al propio presidente Enrique Peña Nieto, al que los Moreira consideran obligado a que les brinde impunidad absoluta, por sabrá Dios qué pactos inconfesables.
Lo cierto es que la farsa cuyo comentario nos ocupa, ofrece una gran lección. La prioridad en las elecciones locales del año entrante, consiste en echar a los Moreira del gobierno de Coahuila, así como a sus delfines, achichincles, herederos y causahabientes.
Si el pleito entre los Moreira es cierto o falso es irrelevante; si Humberto va en pos de una diputación local como el pordiosero que busca en la basura un hueso y un fuero para sobrevivir tampoco importa. La verdad es que en la tarea de sacudirnos el yugo del Moreirato, los coahuilenses estamos solos; todo depende de nuestra capacidad para concertar una gran alianza social y política que basada en la experiencia de los últimos once años, reconozca que la alternancia es condición indispensable para dotar a nuestro Estado de un futuro viable y esperanzador.
