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La frase desafortunada

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Por descuido, frivolidad, error o equivocidad pero siempre sin querer, cada presidente de la República acuña la frase que lejos de coronar un supuesto logro, graba el epitafio de su administración.

Ni los veo, ni los oigo, Carlos Salinas; no traigo cash, Ernesto Zedillo; ¿y yo por qué?, Vicente Fox; haiga sido como haiga sido, Felipe Calderón... Ahora, Enrique Peña Nieto ha pronunciado la suya: Un presidente no creo que se levante, ni creo que se haya levantado, pensando -y, perdón, que lo diga- cómo joder a México...

Tras expresarla, cada mandatario litiga en vano su sentido o batalla por justificarla. Abunda en su significado, lamenta la interpretación, contrata un traductor, argumenta que fue un simple decir pero, más allá de la esgrima verbal que entabla para borrarla o desvanecerla, el entorno lo desarma o lo derrota. El hecho contrasta con el dicho y, entonces, la frase prevalece en la memoria colectiva como el símbolo mismo de la pérdida del sentido de realidad, la indiferencia ante el error o el desdén por la crítica.

El presidente Enrique Peña Nieto pronunció la suya, justo el día en que envió al senador Raúl Cervantes a reemplazar a Arely Gómez en la Procuraduría General de la República, en la idea de perfilarlo como primer Fiscal General transexenal. Un cuadro con frustradas aspiraciones de ministro, pero con probada disciplina partidista, familiar cercanía y servil colaboración con la Presidencia de la República resultó el hombre idóneo que, por la duración de la función, se encargará de fiscalizar lo que pudiera surgir al irse la actual administración. Los requisitos de autonomía e independencia se vulneraron, aun antes de ponerse a prueba.

Así, la frase desafortunada se pronunció en el peor momento, constituyéndose al instante en evidencia palmaria y resonante, así lo entienden muchos, de la contradicción entre el dicho y el hecho.

***

Durante los cuatro años del sexenio, el presidente Enrique Peña Nieto ha operado veinticuatro cambios en el equipo de colaboradores cercanos, pero nunca se ha atrevido a realizarlos en el marco de inaugurar otra etapa de gobierno o a exponer clara o autocríticamente los motivos del ajuste.

Por el contrario y en semejanza con Felipe Calderón, Peña Nieto los justifica en el absurdo: los que se van, salen por buenos y sin tacha; los que llegan, arriban por ser mejores y versátiles.

En la lógica presidencial de éste y otros sexenios, no existe el reconocimiento del error, la posibilidad de armar varios gobiernos en un mismo sexenio, la rectificación atenta y oportuna ni la actuación en respuesta a la presión política o social. Tal actitud descalifica el sentido del ajuste porque como no hay error posible, tampoco puede haber acierto.

***

Del total de las dieciocho secretarías de Estado, sólo ocho han conservado a su titular original: Gobernación, Defensa, Marina, Energía, Economía, Comunicaciones, Cultura (de muy reciente creación) y del Trabajo. A veces porque cumplen la función, a veces porque son virtualmente inamovibles, a veces porque son cómplices imprescindibles.

En las diez secretarías restantes, los cambios han ocultado el error cometido por su titular o, peor aún, han hecho evidente el desdén que por tales dependencias se tiene.

Tal es el caso de la flamante Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano con ¡tres titulares! en menos de cuatro años, igual que la de Desarrollo Social. Y, luego, en el mismo periodo, dos responsables han tenido Hacienda; Educación Pública; Función Pública -con infinidad de meses acéfala-; Relaciones Exteriores; Salud; Medio Ambiente y Recursos Naturales; Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación; y Turismo.

Si a las secretarías de Estado, se agregan organismos, consejos o dependencias importantes, el cuadro de movimientos sin concepto ni explicación manifiesta crece considerablemente. La Procuraduría General de la República ha tenido tres titulares, igual que la Comisión Federal de Electricidad, lo mismo que la Comisión Nacional de Seguridad. Y con dos jefes han batallado la Oficina de la Presidencia, Petróleos Mexicanos, la Policía Federal, la Agencia de Investigación Criminal, el Seguro Social, y el ISSSTE (por el lamentable fallecimiento de Sebastián Lerdo de Tejada).

***

Si bien esos cambios no difieren sustancialmente en número a los operados en otros sexenios, sí llama la atención que en ningún caso se hayan amparado en el concepto y la intención de replantear el gobierno. No, se han realizado a destiempo con torpeza y sin explicación, pretendiendo negar ser producto de la presión política o social o, peor aún, intentando exonerar a quienes sin duda tendrían que rendir cuentas de su actuación.

Se han llevado a cabo sin reflejar ni expresar el afán de corregir un error o rectificar una política mal instrumentada. Sin embargo, las áreas donde se han operado esos relevos, enroques o sustituciones revelan el talón de la debilidad de una administración que resbala de más en más en seguridad, respeto a los derechos humanos, procuración de justicia, finanzas públicas, diplomacia y honestidad en la función pública. La ausencia de explicaciones en vez de revelar una soberana decisión, exhibe una soberana evasión.

El presidente Enrique Peña Nieto ha pronunciado la frase que quedará inscrita como la flagrante contradicción entre el decir y el hacer, pero la ha expresado a dos años de entregar su mandato. Peca de inocencia desear que pronuncie otra que, en consonancia con la acción ante la adversidad, haga evidente el propósito de mejorar la condición del país en vez de empeorarla.

Es inocente el deseo, pero a veces de la utopía deriva la posibilidad.

sobreaviso12@gmail.com

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