Ante el cadáver de Fidel Castro, es obligado reconocer la debilidad de la sociedad de nuestro tiempo, frente a productos de propaganda política engañosa, que no resisten la menor crítica a la luz de la razón.
Fidel encabezó la revolución cubana en contra de la dictadura de Fulgencio Batista, esgrimiendo un ideario liberal y democrático inspirado en José Martí. Su movimiento contó con la simpatía y apoyo de amplios sectores políticos y medios de comunicación en los Estados Unidos, y al triunfo de su causa bajó de la Sierra Maestra cargado de escapularios e imágenes de la Virgen del Cobre.
Castro fue recibido con honores en la ciudad de Nueva York. La televisión que en aquel entonces estaba en sus inicios, exaltó su figura y le dio la oportunidad de plantar la cara frente a un público al que mintió: "no soy comunista…". Una vez en el poder se distanció del mundo libre para asegurar su permanencia por tiempo indefinido sin convocar a elecciones, y ya comprometido con la Unión Soviética Castro hizo profesión de su verdadera fe diciendo: "soy marxista leninista y siempre lo he sido".
Fidel no fue ni liberal ni comunista. Fue un autócrata egocéntrico que encarnó un proyecto personal apoyado en su familia, en cuyo entorno generó su propia oligarquía burocrática enarbolando la lucha contra el "imperialismo", al tiempo que se sostuvo jugando con los dos imperios del momento, el norteamericano y el soviético.
Una vez afianzado en el poder el régimen de Castro desató una ola represiva que inició con una purga criminal contra sus compañeros de armas que osaron mostrar el menor desacuerdo con el tirano. Tal es el caso de Huber Matos a quien Fidel encerró en la cárcel por veinte años, o el de Camilo Cienfuegos que murió en un misterioso accidente de aviación. A la purga referida seguiría una represión generalizada contra toda forma de disidencia, que siempre terminaba en la prisión, frente al pelotón de fusilamiento o en el destierro.
Después de la fallida invasión de Bahía de Cochinos por parte del exilio cubano en Miami y a partir de la crisis de los misiles de 1962, el régimen de Castro obtuvo garantía de supervivencia como parte de los acuerdos entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Pese a sus timbres soberanistas, el gobierno cubano se convirtió en lacayo del imperio comunista en esta parte del mundo y Castro sobrevivió gracias a la aportación de un promedio de diez millones de dólares diarios que recibió de Rusia durante treinta años.
El marketing de la revolución cubana se convirtió en fuente importante de recursos y producto de exportación sin embargo, la economía castrista nunca funcionó sofocada por la falta de libertades y la violación sistemática de los derechos humanos. El subsidio ruso sirvió para mantener a flote el sistema educativo cubano que era bueno antes de la revolución, pero que vino a menos y perdió sentido como resultado del monopolio ejercido por el estado, porque un sistema educativo que no enseña a ser libre, no sirve para nada.
Durante la era Gorvachov el régimen castrista se mostró en contra de la perestroika porque las hostilidades de la guerra fría eran el sustento del discurso y del sistema, que mantuvieron al pueblo cubano en pie de guerra frente a una imaginaria invasión por parte de los Estados Unidos que era del todo improbable, porque el destino de Cuba estuvo sellado desde un principio en los acuerdos secretos celebrados entre John Kennedy y Nikita Krushev.
A la caída del comunismo en 1990 el contacto de Castro con sus aliados rusos perdió fuerza, por lo que se dedicó por su cuenta a lucrar con una fuga de cerebros administrada por el régimen y a vender asesoría logística en materias de espionaje, represión y control de masas para tomar y retener el poder, a líderes emergentes del hemisferio como Hugo Chávez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, o los hermanos Rubén y Humberto Moreira en México.
A Fidel Castro le ocurrió lo peor, sobrevivir a su propio mito. Sus luces y sombras pueden resumirse en un epitafio que la sabiduría popular suele poner en el sepulcro de todos los dictadores de la historia: Aquí yace un hombre que hizo bien y mal. El bien que hizo lo hizo mal y el mal que hizo lo hizo muy bien.