Mosaico en la Basilica de San Vital, Rávena, Italia. Foto:Marialba I.
El ser humano, desde tiempos inmemoriales, ha tratado de entender el mundo a través de la generación de imágenes. Estas han sido realizadas de manera consciente en forma de elementos reconocibles de la realidad; sin embargo, este es tan sólo el aspecto más evidente de la imagen.
Existe otro aspecto, complejo e instintivo, relacionado al mundo de lo invisible, lo espiritual, lo interior. Este aspecto se construye con símbolos: elementos sugestivos y misteriosos surgidos de la parte más profunda de la psique y que carece de una expresividad directa. Ambos aspectos se conjugan para que el ser humano enuncie su comprensión de la dinámica del universo, transfigurado en diferentes elementos y dioses; de esta forma y como producto de un complejo proceso psíquico, nacen los relatos simbólicos, los mitos y las leyendas.
ARTE PALEOCRISTIANO
Los dioses y sus historias surgen de una parte tan recóndita y abstracta del ser humano que se perciben como algo superior y divino. Según Carl Jung, esa parte del 'ser' sólo es reconocible de forma simbólica; desde una perspectiva cristiana, esto se refiere a que no se conoce el rostro de Dios, sólo se le puede conocer metafóricamente y dentro de las limitantes de la imaginación humana. El cristianismo, como otras culturas, ha desarrollado un complejo e intrincado léxico de símbolos que se enriquece y transforma según la dinámica de los pueblos, y que se remonta al siglo I, tiempo de los primeros cristianos, cuyo arte se denomina arte paleocristiano.
Las primeras imágenes cristianas nacen, tradicionalmente, el día en que el apóstol San Pedro predicó la palabra de Dios, el mismo día del Pentecostés, en el que se conformó la primera comunidad cristiana. Rápidamente, este grupo se dividió para abarcar diferentes regiones del imperio romano y fuera de él. Conforme sucedía esta movilidad, vieron su expresión religiosa fuertemente influenciada por la cultura helénica que, a su vez, se enriquecía del lenguaje simbólico de muchas otras culturas. Fue en las zonas urbanas donde se buscó enraizar el cristianismo en primera instancia, y las ciudades más grandes como Alejandría y Pérgamo eran, precisamente, modelos de ciudad helenizada. Era esa misma Alejandría la capital del imperio heleno cuando San Marcos llevó a cabo su prédica como obispo; es innegable la influencia helena en el arte paleocristiano. Sin embargo, los cristianos estaban de acuerdo en que esas tradiciones, paganas, no serían sus fuentes de inspiración; su arte prescindiría del naturalismo helenístico, imponiendo el carácter espiritual sobre la estética.
SÍMBOLOS CRISTIANOS
El arte paleocristiano estuvo reducido a algunos cuantos símbolos. Comúnmente se considera que la razón de ello era la resistencia del imperio romano a la expansión del cristianismo, pues sus primeras comunidades practicaban una religiosidad excluyente e intolerante, contrario a la manera en que los romanos practicaban sus cultos. Sin embargo, también se considera que la escasez de imágenes era una consecuencia de los diferentes conflictos que se advinieron dentro de la misma cristiandad, surgidos de las diferentes interpretaciones de los textos bíblicos y del rechazo de algunos escritos considerados apócrifos. Existía el miedo a que las imágenes orillaran a los devotos a la idolatría, es decir, la adoración de la imagen como si se tratara de Dios mismo. Por esto, las primeras representaciones de Jesús se limitaron a símbolos como el pez, el león, el pelícano, la vid, entre otros. Cabe destacar el símbolo denominado crismón como el más frecuente en el arte paleocristiano, símbolo conformado por las dos primeras letras del nombre de Jesús en griego, Χριστός (Kristos), 'Χ' y 'Ρ'. Estas se encuentran entrelazadas y flanqueadas por las letras 'Α' (alfa) y 'Ω' (omega), símbolos de principio y fin, respectivamente. Una imagen igual de destacada es el Buen Pastor, una forma indirecta y alegórica de representar a Jesús mientras era resulto el conflicto sobre sus representaciones. El Buen Pastor muestra a Jesús como un adolescente de cabello ensortijado llevando un cordero sobre su espalda. A este Cristo de aspecto joven e imberbe se le conoce como Cristo helenístico. Más tarde, se adoptaría la representación del Cristo Siríaco, es decir, Jesús como un hombre adulto y con barba, con actitud serena y mayestática. El origen de este Jesús se encuentra en las primeras imágenes aquiropoietas conocidas, es decir, no hechas por manos humanas. Tradicionalmente se identifican dos imágenes como probable raíz del Cristo Siríaco o histórico: el paño que Santa Verónica tendió a Jesús para que este se retirara la sangre y el sudor del rostro, reliquia que se encuentra en la Basílica de San Pedro, en Roma. La otra es una tela que se cree que perteneció al rey Abgar o Avgar de Edesa. La historia, que se ha ido modificando con el paso del tiempo, cuenta que el rey, muy enfermo, solicitó la presencia de Jesús; sin embargo, este no pudo acudir y envió al rey un paño donde estaba impreso su rostro de manera milagrosa. El paño curó al rey. La reliquia de Agbar es conocida como el Lienzo de Edesa, o Mandylion en la tradición cristiana oriental. Se ha concluido que esta imagen, considerada la primera que existe de Jesús, fue destruida por los persas que invadieron Edesa en el siglo VII.
DEBATE POR EL USO DE IMÁGENES
En el año 313, el emperador Constantino I promulgó un documento llamada Edicto de Milán, el cual, entre otras cosas, declaró la libertad de credo en el Imperio Romano. A partir de este evento, los cristianos pudieron ejercer su espiritualidad de forma libre, las comunidades se expandieron con mayor facilidad y aglutinaron tal cantidad de personas que el mismo emperador empezó a considerar el cristianismo como un método para unificar el imperio, enorme y amenazado por todos lados.
Desde la promulgación del edicto, diferentes concilios fueron organizados para darle uniformidad al cristianismo; conjugar la cantidad de corrientes cristianas fue una tarea colosal y, probablemente, fallida. Durante mucho tiempo las querellas giraron, entre otras cosas, en torno a si era conveniente o no promover las imágenes. Muchos cristianos consideraron el uso de las imágenes como vínculo al mundo espiritual como idolatría, es decir, la adoración de las imágenes sobre la adoración a Dios mismo. Estos cristianos, anicónicos e iconoclastas, buscaban la prohibición de las imágenes, y muchos de ellos, su destrucción. Por otro lado, la iconodulía era el movimiento que promovió las imágenes como elementos capaces de comunicar al ser humano con el mundo de la divinidad y estimular la devoción.
En el año 787, la emperatriz de Bizancio, Irene de Atenas, convocó al II Concilio de Nicea, donde organizó el culto de la siguiente forma: latría era el nombre que recibiría el culto a Dios y a la Santísima Trinidad; hiperdulía consistiría en el culto a María; y dulía al culto a los santos.
Durante los concilios siguientes, diversas escisiones se hicieron en la cristiandad y cada parte que se separaba desarrolló sus propias formas y estructuras de representar los objetos del culto; conservando o no las tradiciones paleocristianas, adaptándose o no a la estética de las épocas, alimentándose o no del lenguaje simbólico de otros pueblos.
Así como los conflictos entre doctrinas son una constante en la historia de la humanidad, también lo es el deseo de conocer la parte más recóndita del 'ser', deseo compartido por todas las doctrinas y religiones. El estudio de las imágenes ayuda al ser humano a conciliar las partes en conflicto de sí mismo y a indagar en su interior; lo que nace y se revuelve dentro encuentra un lugar en el espacio y en el tiempo a través de la materia. Es por ello que, pese las confrontaciones ideológicas, jamás se dejará de buscar sobrepasar la mortandad perpetuando el recuerdo colectivo con imágenes y símbolos, sean representaciones de la realidad o del mundo divino interior, de forma alegórica, explícita o abstracta, sea el cristianismo u otras religiones.