Se percibe una intención de mostrar sensibilidad. Atender críticas, reconocer equivocaciones, cambiar lo necesario. El Presidente corrige un error y se presenta finalmente en Naciones Unidas para expresar la posición de su gobierno en materia de drogas. El discurso es notable: acepta el fracaso de la persecución, subraya los inmensos costos que hemos pagado por una guerra absurda, que reconoce abiertamente como un fracaso. México ha pagado demasiado caro la imposición del prohibicionismo. El giro del enfoque es extraordinario, pero el cambio que anuncia, mínimo. Una revolución conceptual de la que brota una reformita legislativa. Romper con la filosofía prohibicionista, pero seguir adheridos a ella.
El Presidente construye un argumento, pero no sigue las consecuencias de su propia lógica. Para tratar el tema de la marihuana reconoce la necesidad de partir de las libertades. Debemos atender el tema de las drogas, dice "desde la perspectiva de los derechos humanos". Razonamiento impecable: hemos de escapar de los prejuicios paternalistas y admitir que el consumo de esa sustancia pertenece a la órbita de la autonomía personal. Acierta también el Presidente al decir que el asunto debe verse "desde una óptica de salud pública". Hay que dejar de criminalizar a los consumidores, dice. Abandonar la coacción y asumir la complejidad de su reglamentación. Esas son las piezas del argumento. ¿Adónde llevan al Presidente? A proponer una reforma tímida y, en buena medida, incoherente. Una iniciativa que no incorpora las razones de la Suprema Corte de Justicia, que camina detrás de la iniciativa del senador Gil, que no se distingue en el escenario internacional.
Tres medidas concretas propuso el Presidente: permitir el uso medicinal de la marihuana; autorizar su estudio científico y aumentar la cantidad que un consumidor puede poseer legalmente. Es muy positivo, desde luego, que se legalice el uso terapéutico de la mariguana y que se permita su investigación. Hay que decir que no es, a estas alturas, un cambio particularmente atrevido. Hasta la Iglesia está de acuerdo con eso. Que se haya multiplicado el peso de la marihuana tolerable no es un paso a la descriminalización, como se dice. La situación del consumidor no cambia: seguirá tocando el crimen si quiere hacerse de la hierba. Aumentar el peso no libera al consumidor de la garras de la ilegalidad. El mercado sigue siendo ilegal. Producir, comprar, vender es ilegal. Se ofrece un refugio de protección a los consumidores, llamándolos al mismo tiempo a fomentar el delito.
Peña Nieto pretende legalizar la inmaculada posesión. Tener 28 gramos de marihuana siempre y cuando no hayan sido sembrados por nadie, no hayan sido transportados por nadie y no hayan sido vendidos por nadie. Se me autoriza a conservar la marihuana que alguna mañana aparezca milagrosamente en mi casa. Al despertar, una luz muy intensa y una música angelical anunciarían la llegada de la buena hierba: marihuana sin pecado concebida. El espíritu santo convertido en camello.
Ese es el absurdo de la iniciativa. Empecinarse en la ilegalidad de un mercado, consintiendo la posesión de la mercancía. Pensemos que se legaliza el alcohol después de haber estado prohibida su producción, su venta y su consumo. Imaginemos a un presidente valeroso que se atreve a levantar la prohibición diciendo que debemos de dejar de perseguir a los bebedores de alcohol. Que beber alcohol es algo que pueden hacer los adultos, aunque el gobierno debe advertir de los peligros de su abuso. El mismo presidente diría que la criminalización no ha terminado con el alcoholismo y sólo ha dejado muerte y violencia. Los únicos beneficiarios de la guerra contra el alcohol han sido los mafiosos, le explicaría a la nación. Después de declarar solemnemente que hay que atreverse al cambio, anunciaría tres medidas: primera: se podrá vender alcohol de 96 como antiséptico; segunda: se permitirá su uso en los laboratorios y, tercera: se autoriza la posesión de un litro de tequila. La producción del tequila, su distribución, su venta seguirá prohibida. Pero quien tenga un litro de tequila ya no será perseguido. ¿Qué cambiaría? El bebedor se vería obligado a ir al mercado negro, a negociar con criminales que venden tequila en la clandestinidad. Si quiere beber lo que, en principio es su derecho, ha de insertarse en el mundo del delito.
Despenalizar la posesión inmaculada de marihuana es esquivar el problema, es esconder la cerrazón con poses de reforma.
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