Entre el olvido y la desmemoria hay un abismo. Lo primero sucede, ocurre, el olvido se apodera. Ni siquiera sospechamos de su aparición. Lo segundo implica una responsabilidad. La fecha está allí, existe la posibilidad del recuerdo que alimenta la conciencia. La ética obliga. Hace quince años el mundo se sacudió. Fue el inicio. ¿Qué hacer?
El gran símbolo del comercio occidental se desmoronó en vivo. En su interior cientos de personas atrapadas mueren con espectadores involuntarios. Algunos tienen tiempo de llamar y despedirse, de intuir o saber de su muerte. Dos aviones, orgullo de la tecnología y de la modernidad, convertidos en armas demuestran su eficacia letal. En paralelo otros vuelos se convierten en misiles. Han horadado el espacio aéreo más vigilado del orbe. Todos los sistemas de inteligencia quedan en ridículo. La potencia del odio no se detecta como los metales o los líquidos. Quien está dispuesto a morir por esa causa es irreconocible. No fue el primer acto de esta índole, pero sí irrumpió con el espectáculo como un contenido perverso. La afrenta sacudió los paradigmas civilizatorios.
De qué hablamos, cuál es la palabra correcta. El longevo y tenaz liberal, heredero de la rica tradición filosófica de Norberto Bobbio, italiano por nacimiento, binacional por convicción, Giovanni Sartori publica "La carrera hacia ningún lugar". Conoce el territorio, ha incursionado en los límites del carácter multiétnico de los países y naciones. ¿Hasta dónde una aceptación mínima de leyes códigos culturales debe imponerse? Los flujos migratorios avasallan. Pero ahora el encono de raíces muy profundas demuestra su poder devastador. Las intolerancias provienen del carácter monoteísta. Pero en Occidente las "ferocísimas" guerras de religión entre católicos y protestantes produjeron un efecto no imaginado, pero deseable: la secularización como cultura. No ocurrió en el Islam.
Defender el eurocentrismo suena a un posicionamiento cómodo y superficial, pero Sartori avanza. ¿Quién da el primer paso invasor? "...mientras nosotros nos contamos a nosotros mismos que debemos "liberar" al Islam, el musulmán percibe esa liberación como una agresión-destrucción cultural". Sartori no pone comillas a la segunda liberación y la ratifica, los llamados estados moderados islámicos "no son la salvación de Occidente, sino más bien Estados a los que hay que salvar". Uno de los grandes liberales no encuentra otra salida. Regreso a la provocación en el origen. Terrorista, global, tecnológica, religiosa, Sartori, siempre obsesionado sanamente con la definición conceptual, se pregunta por el tipo de guerra. Retoma a Toynbee, la invasión inicial corresponde a Occidente, no es planeada, pero ha sido real: "La civilización occidental ha asediado a las demás civilizaciones... las ha puesto ante un desafío de proporciones enormes, que posee la capacidad de agredir el código genético de "otras culturas".
En quince años la marcha destructiva del terrorismo islámico ha tocado las principales capitales de occidente subvirtiendo las coordenadas. La guerra es intrínsecamente inhumana pero, dice Sartori, en "cierta medida" se había humanizado. El dictador norcoreano repite su provocación y, de nuevo, justo durante la reunión de líderes mundiales, genera un sismo político y terrestre con su juguete nuclear. Pero aun así, de la Primera Guerra Mundial a la fecha, pasando por el horror de la Segunda, el ser humano se ha dado normas para impedir la extensión de la barbarie: limitaciones a las armas biológicas, nucleares, tratados para encarar la guerra. La tesis de Kant de la vinculación entre democracia y paz, en los hechos, avanza. Pero el terrorismo islámico escapa a esa lectura. La amenaza es real y debemos profundizar en sus causas.
El mundo ya no es igual, desde los aeropuertos hasta las manifestaciones válidas de diversión. París también es una obligación de la memoria. Hace quince años la libertad tenía cauces más amplios. Hoy el miedo está instalado entre nosotros. Lo lograron, han penetrado al mundo con el miedo como veneno. Reconocer esa victoria es sólo el primer paso de la ruta racional. Un occidente envalentonado no entiende la excepcionalidad de su propio caso. Porque el mundo es otro, con menor capacidad de adaptación, con mayores resistencias, con una potente capacidad de odio que ni Occidente ha podido detener.
Las Torres Gemelas deben volver a caer en nuestra memoria y todas las ceremonias y homenajes deben servir para algo. La racionalidad occidental, si es que algo así existe, debe aceptar que los cuerpos regados igual en Bali que en Madrid, Londres o París, obligan a admitir la derrota. La adaptación como principio no puede ser impuesto, el sustrato cultural es más sólido que una roca. Ni los bombardeos, ni las amenazas han vencido a la potencia del odio.