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La revolución y su relación con la formación cívica

ROLANDO CRUZ GARCÍA

"La conquista de uno mismo, es la más grande de las virtudes."

Platón

 E N ocasión de un aniversario más del inicio de la revolución mexicana, nos seguimos preguntando, qué tan cierta es la historia oficial contada, qué tan importante fue en la construcción de la vida nacional y qué relación y relevancia tiene para la formación cívica y ética de las generaciones por venir; la verdad que las respuestas no son nada promisorias.

Si a la educación, en lo general, la entendemos como la transmisión y el aprendizaje de las pautas culturales, ya sea de uso, de producción o de comportamiento, mediante las cuales un grupo de personas satisface sus necesidades, entonces toda sociedad humana necesita transmitir a las siguientes generaciones su cultura para poder sobrevivir. La manera en que se transmiten esas técnicas culturales es lo que denominamos educación.

Hay que recordar que todavía a finales del siglo XIX, la educación, es decir la formación amplia del carácter, los modales y la moral, estaba en manos de la iglesia y la familia. Por ello, los liberales de finales del XIX discutían si el Estado tendría que hacerse cargo de la educación o solamente de la instrucción que implicaba la transmisión de conocimientos especializados. Ya en 1890, el Estado empieza a proporcionar estudios primarios con una función educativa.

Hasta después de la Revolución Mexicana, el Estado es quien tomando como ejemplo el modelo alemán, extiende la educación hasta el nivel secundaria. En este sentido, la discusión posrevolucionaria sobre la educación estará centrada en su laicidad y en la participación de la Iglesia católica en la misma. (Álvaro Aragón Rivera, México, 2005).

En 1992 se introduce de nuevo el término educación laica, al mismo tiempo que se les otorga a las iglesias el derecho a impartir educación religiosa en las escuelas particulares.

Por supuesto, los contenidos de la educación secundaria respondían en buena medida a las necesidades posrevolucionarias. Sin embargo, una de las metas de la secundaria era corregir los defectos de formación de la instrucción primaria, entre ellos, la superstición y la fe ciega.

Con el gobierno de Ávila Camacho se busca revertir los experimentos de Cárdenas y se cambió el discurso: por encima de la lucha de clases está la unidad y la reconciliación nacionales. La unidad nacional fue, en términos generales, el lema que siguieron las políticas educativas de 1940 hasta 1993.

Antes que ser campesino u obrero se es mexicano, y aquí radica uno de los capítulos más interesantes de la literatura, la pintura y la antropología mexicanas: la autenticidad del mexicano, que se resolvió con el milagro del mestizaje como símbolo característico de la identidad nacional.

En principio, ya no sólo se trata de brindar educación laica, gratuita, obligatoria y que refuerce la identidad nacional; ya no sólo se trata de garantizar un lugar en la escuela, sino que además se debe asegurar el derecho a aprender. La educación es entonces el medio para eliminar las desigualdades sociales y el recurso para acceder a las oportunidades.

En 1999 se pone en marcha el programa de formación cívica y ética, el cual se propuso no como una asignatura más, sino como un punto de articulación entre las demás asignaturas, es decir, una materia que tuviera la finalidad de incidir en la vida de los adolescentes, tanto en los aspectos cognoscitivos como en los actitudinales. Es donde nacen propiamente dicho los temas o asignaturas transversales.

Por muchos años, la educación cívica en México se centró, especialmente, en exaltar algunos rasgos de la triunfal Revolución mexicana, y en generar una identidad nacional basada, por un lado, en la memorización constante del santoral cívico y por el otro en la exaltación de un pasado común: el indígena.

Se hacía un enorme esfuerzo para que niños y adolescentes se identificaran con símbolos y pasajes bélicos de la historia nacional, que lejos de incitar al diálogo, a la negociación o a la búsqueda de acuerdos, incitaban a la violencia y la confrontación. Baste mencionar nuestro Himno Nacional.

La enseñanza de la cultura cívica se caracterizó, entre otras cosas, por la pura y llana transmisión de conocimientos, dejando de lado toda práctica que ayudara a reforzar los valores que se proponían.

En la actualidad, el paradigma pedagógico hace énfasis no solamente en la adquisición de conocimientos, sino también en el desarrollo de habilidades y actitudes tendentes a formar ciudadanos capaces de participar en la sociedad dentro de un marco democrático y en un mundo globalizado que demanda el desarrollo de competencias.

Estos tres elementos se traducen en: a) saber qué es la democracia: los conocimientos, conceptos y teorías que explican y constituyen la democracia; b) las habilidades democráticas: el desarrollo de los valores de la democracia; y c) las actitudes, el ser y el convivir democráticos: el actuar cotidiano acorde con los principios y valores democráticos.

Para concluir, basta señalar que la escuela por sí sola no puede desarrollar las habilidades y actitudes necesarias para generar una cultura democrática. Es decir, es un error pensar que la educación escolar es suficiente para hacer democrática una sociedad, es necesario vivirla, compartirla y ejemplificarla.

Agradezco sus comentarios a: rolexmix@hotmail.com

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