2016 termina con muchas interrogantes. Entre ellas está la suerte que espera la estrecha y multifacética relación con los Estados Unidos en el marco de las nuevas condicionantes que el presidente electo Trump anuncia.
Pero hay más. La influencia de EU no es el único factor que afecta profundamente el rumbo de nuestro desarrollo nacional en el que inevitablemente descansa nuestra capacidad de acción en muchas áreas no solo la económica. Hay varios hechos que requieren nuestra respuesta.
En referencia al primer tema, el que México comparta con Estados Unidos y Canadá el Continente de Norteamericano, además de los múltiples tratados que con ellos hemos suscrito, hace que gran parte del ritmo y tono de nuestro desarrollo esté condicionado a estas realidades.
La vigencia del TLCAN es un significativo eslabón que asegura la suma de muchos intereses que nos entrelazan con nuestro vecino. Una realidad está en la notoria baratura actual de la mano de obra mexicana comparada con los salarios que recibe el trabajador norteamericano. Al lado de esto, la extensa red de empresas de ambos países que trabajan al amparo del TLCAN que no desaparecerá sólo por un capricho o por un repentino alarde de poder por parte del nuevo gobierno de Estados Unidos.
El otro asunto en nuestra agenda norteamericana es el de los compatriotas que son expulsados masivamente de los Estados Unidos conforme a leyes claramente discriminatorias y antimexicanas. La defensa jurídica y política de nuestro gobierno es indispensable por razones no sólo jurídicas, sino también de honor y solidaridad con los nuestros.
El tema nos rebota, empero, en la incapacidad de México de dar a nuestra mano de obra disponible un digno empleo que es la razón inicial de su ida al norte. Mientras tanto, los Estados Unidos aprovecha trabajadores, especialmente del campo, en la medida de su conveniencia y nos regresa a los que les sobran.
El único remedio a la humillante situación actual está en fortalecer la producción del sistema agroindustrial mexicano para que pueda cumplir con su misión esencial de emplear la población económicamente activa al ritmo de la necesidad de al menos un millón de empleos al año.
La actividad ensambladora que ocupa un alto porcentaje de ocupación nacional tiene que superar la simple maquila de insumos ajenos en que se ha estancado por falta de una política industrial.
Convertir a México en un país verdaderamente industrial es la fórmula más evidente para darnos personalidad y fuerza negociadora ante los países con los que competimos, empezando por los Estados Unidos. Sin esa característica fundamental seguiremos sin fichas y sin hacer valer nuestro potencial en el gran juego económico, y por ende el juego político, que a diario se desenvuelve en un mundo intensamente competitivo.
De poco sirve alardear ante nosotros mismos que ocupamos (un mero) decimosexto lugar entre los países exportadores si sabemos que el contenido mexicano promedio de las exportaciones es cuando mucho de un 35 %. Tampoco sirve que los economistas calculen que el 60 % de nuestro PIB esté relacionado a un comercio exterior que resulta bastante hueco.
Las interrogantes con que cierra 2016 no dejan dudas sobe la tarea que nos corresponde hacer en 2017. Hay que dedicar el año a ajustar nuestra comunidad a un mayor rendimiento económico y social, en primer lugar, en favor de nuestro siempre esperanzado pueblo y luego, para colocar a México en el lugar que le corresponde por virtud de su desaprovechada capacidad, pero a la altura de su muy reconocido prestigio en muchas otras áreas como el de la cultura y las artes.
Para las interrogantes de 2017, soluciones.
La dificultad de su aplicación no es mayor que los esfuerzos serios que nos aguardan para poder desplegar con nuevos bríos en 2017.
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