Los días pasados han estado marcados por varios acontecimientos, entre ellos destacan las lluvias, los ríos y el drenaje, los cuales de alguna manera han incidido en nuestras actividades cotidianas, nos evidencian situaciones que con el tiempo no valoramos o rezagos que presentan las ciudades donde vivimos. Aunque las plumas han derramado tinta en los medios impresos, las cámaras imágenes y los comentarios en los medios electrónicos, vale la pena comentar al respecto.
En el primer caso tenemos una precipitación atípica, al menos con respecto a años recientes, que nos refleja posibles cambios en los patrones de comportamiento de esta variable climática: durante los últimos tres años ha llovido por encima del promedio histórico, en 2014 cerró con 383 mm, 2015 con 408 mm y este 2016 si continúa cuando menos durante septiembre, es probable que supere los 500 mm, tres años húmedos muy por encima de los 240 mm que en promedio llueve en la región.
Es atípico tres años con esa continuidad de los anteriores volúmenes precipitados, incluso que en menos de 24 horas lluevan casi 80 mm como sucedió el pasado 27 de agosto o de los 55 mm del 1 de febrero de 2015; en los desiertos lo común son ciclos mayores de años secos que lluviosos, es decir, años en los que llueve por debajo del promedio histórico.
Tal comportamiento de la lluvia trae otras consecuencias. Una de ellas es el incremento en los volúmenes de agua que fluyen por los ríos, en ocasiones por encima de la capacidad de almacenamiento de las presas que regulan los cauces del Nazas y Aguanaval: la presa Lázaro Cárdenas, el mayor embalse de nuestra cuenca hidrográfica ha alcanzado más del 90 % de su capacidad y la Francisco Zarco el 100 %; ante esta situación ha sido necesario desfogarlas por su cauce que durante la mayor parte del año o en períodos de varios años se mantiene seco.
Una de las consecuencias de estos flujos extraordinarios es que los ríos circulan no sólo por sus cauces principales, sino también las llamadas franjas bajo custodia federal y áreas aledañas que antes de la ocupación humana conformaban playas de inundación, anegándolas y afectando las poblaciones que han establecido asentamientos en ellas como ha sido notorio en diferentes comunidades rurales ribereñas y áreas de cultivo, o provocando fenómenos como el movimiento de cavidades subterráneas donde ocurren hundimientos.
Lo anterior evidencia la falta de responsabilidad de las personas que utilizan estos sitios para levantar construcciones, sembrar cultivos y/o pastorear ganado, o de la falta de atención por parte de las oficinas gubernamentales responsables de regular el uso del suelo y agua; tal situación, en tanto hecho consumado, debe verse como una oportunidad para elaborar y aplicar un programa de regularización de estas actividades y edificaciones, de otra forma se enfrentara reiterativamente cada vez que se repitan esos años lluviosos con las consecuentes afectaciones.
En el caso del río Aguanaval la problemática se centra en la parte baja donde el piso del cauce se ha elevado por la acumulación de sedimentos de tal forma que es mayor que el nivel de los asentamientos humanos, provocando desbordes o inundaciones que afectan los poblados, principalmente en la parte en que se forma el delta. Lo anterior constituye el argumento central para que la Comisión Nacional del Agua proponga la construcción de una presa que regule el uso del agua en este río, proyecto que para algunos aún presenta dudas.
Aunado a las anteriores afectaciones de las aguas superficiales que fluyen en el cauce de los ríos ha surgido otro asunto entre la población urbana de la zona metropolitana, donde la carencia de un drenaje pluvial ha derivado en la saturación de las redes de drenaje sanitario, que con el paso del tiempo y la desatención a que se han visto sujetas por los organismos operadores han colapsado, provocando inundaciones en algunas colonias donde se mezclan las aguas residuales y pluviales, o en casos graves en que brota por las trampas de los sanitarios.
La percepción que existía, no sólo en el ámbito oficial sino entre los mismos ciudadanos, de que en virtud de que vivimos en una zona árida no es necesario construir drenajes pluviales, se ha derrumbado plenamente con las lluvias de los últimos años, mostrando las carencias en este tipo de servicios públicos y la desatención que tienen.
Con los drenajes sanitarios y en si con los sistemas de saneamiento urbano de nuestras ciudades ocurre algo similar que con el agua entubada, los datos oficiales indican que tenemos una cobertura de 92 % en el primero y de 98 % en la segunda, pero este déficit mostrado con dichas precipitaciones denota que si bien ese porcentaje implica que la mayor parte de las viviendas pueden descargar sus aguas residuales en redes de drenaje, en los casos donde se produce su colapso resultan anacrónicos, como el agua entubada tampoco significa que sea potable.
Como mencionamos anteriormente, las crisis derivadas de fenómenos naturales como estos cambios en el comportamiento de algunas variables climáticas, deben verse no sólo como problemas coyunturales o pasajeros sino como oportunidades para diseñar alternativas de solución y, bajo el argumento de las afectaciones provocadas en la economía y a la población, destinar recursos que nos permitan revertir rezagos o atender problemas que con el tiempo se acumulan y manifiestan como nos sucede en estos casos.