Lo educativo no está circunscrito a un espacio físico determinado. Se aprende todo el tiempo sin importar el lugar en el que uno se encuentre. También, cada uno de nuestros actos enseña a otros usando, además, el arma pedagógica más poderosa jamás inventada: el ejemplo.
Lo que marca la diferencia entre una educación y otra es, en todo caso, la intención expresamente educativa que tienen algunos de nuestros actos. Por eso nos hemos habituado a suponer que la enseñanza es algo que nada más sucede en los hogares y en las escuelas. Y pagamos el precio de nuestra confusión.
Como sociedad nos hemos hecho muy comodinos. Es fácil culpar a los demás del evidente fracaso educativo que vivimos. Lo difícil -imposible tal vez- es reconocer el papel que cada uno de nosotros ha jugado en la conformación del desastre que hoy somos como nación en muchos sentidos. Sin embargo, no hay nada más necesario para México que tal reconocimiento.
Allí está parada mi principal crítica hacia la reforma educativa. Porque un esfuerzo de tal envergadura para transformar la nación, debería ser, en sí mismo, un acto ejemplar, conscientemente educativo, sobre cómo diagnosticar los males que nos aquejan y la manera de encararlos e intentar solucionarlos. Pero, resultó todo lo contrario.
La Reforma Educativa es ejemplo, sí, pero de malas prácticas: su "diagnóstico" se conforma con el reconocimiento de algunos síntomas y no de sus causas; los síntomas identificados son tratados de forma aislada, como si no tuvieran que ver unos con otros y, para colmo, las medidas que se prescriben para mitigarlos ni siquiera lograrán cumplir con tal propósito.
Una lección que aquellos interesados en la educación escolar pueden aprender perfectamente de la Reforma Educativa, refiere a cómo no se debe realizar una evaluación. Lo que están haciendo con los profesores contradice casi todo lo recomendado para un buen ejercicio evaluativo. Lo lamentable, es que se tomarán decisiones a partir de esos poco confiables resultados y cada una de esas medidas también educará.
Pero, quizá el mayor mal que acompaña a la Reforma Educativa y a su intento por imponerla, es que se está convirtiendo en un elemento más de fragmentación y divisionismo del país: los que están a favor y los que están en contra. Muchos ciudadanos, algunos con razones y otros sin éstas, señalan a los maestros como los enemigos del país. Otros más, ven al enemigo en quienes rechazan las protestas.
Me queda claro que hay muchas personas afectadas por las manifestaciones docentes. Sin duda es necesario encontrar mejores caminos para expresar desacuerdos. No obstante, hay que recordar que hemos sido educados para el egoísmo, y que cada acto que realizamos privilegiando nuestros propios intereses y necesidades sobre el bien común, enseña a otros a también ser egoístas.
Por eso, el cambio comienza por nosotros mismos.