Sin miedos. Las mujeres electricistas aseguran que tienen varias ventajas en su oficio.
El sexo débil no es más que un cliché. Cada día las mujeres han demostrado que no se necesita una imponente fuerza física para trabajar, tomar herramienta, cargar y recibir una remuneración por su trabajo. Hoy realizan labores que fueron "concebidas" para los hombres. Han aprendido de las circunstancias y no por ser rudas y atrevidas olvidan su feminidad.
En la Ciudad de México viven más de 4 millones 617 mil 297 mujeres, equivalente a 52.2 % de los habitantes de la capital.
A la par de su trabajo, muchas de ellas se ocupan de sus hogares, de sus hijos. Son trabajadoras y amas de casa; profesionistas y cuidadoras; parten el tiempo y aun así enfrentan dificultades para insertarse en el ámbito laboral, ser bien remuneradas y reconocidas.
Siete mujeres conforman el colectivo Mujeres Electricistas, todas son ingenieras de profesión, pero han encontrado en este oficio un nicho de oportunidad al ofrecer un trabajo de calidad.
"Para las mujeres, la profesionalización se ha convertido en una necesidad. En la electricidad hay quienes trabajan de manera empírica y cometen errores, nosotros estamos certificadas y eso nos ha permitido abrir muchas puertas, porque ofrecemos un buen trabajo y de calidad estética", dice la electricista Iris Rodríguez.
Jeinny Solís también es mujer electricista y asegura que no existe ninguna actividad que no puedan cumplir las mujeres y, en el caso de la electricidad, comenta que para llevarla a cabo no se requieren habilidades específicas de género, sólo se trata de perder el miedo.
Según el Índice de Desarrollo relativo al Género (IDG), elaborado en el periodo de 2008 a 2012, el trato asimétrico abarca distintos aspectos; por ejemplo, la tasa de alfabetización en mujeres está dos puntos abajo de los hombres; la matrícula en niveles básicos es pareja, pero la brecha más importante se encuentra en los ingresos y el trabajo, pues ellas ganan cerca de 60 % de lo que reciben ellos.
Como empresarias en una actividad que históricamente se ha masculinizado, las mujeres electricistas narran que su condición de mujer ha afectado mínimamente su labor; sin embargo, sí se han enfrentado a situaciones que las obligan a no aceptar algún trabajo.
"Ocurre en temas industriales, nos han pedido trabajar en horario nocturno y es complicado porque las compañeras tienen hijos pequeños que no pueden dejar o también por miedo a la inseguridad. Eso sin contar que socialmente es mal visto que una mujer deje su casa durante la noche", detalla Jeinny.
Y aunque como colectivo existe compromiso, explican que en ocasiones se tienen que cubrir entre ellas para cuidar a los hijos e incluso en entrevistas de trabajo se han acompañado de los pequeños para no dejarlos solos.
"Esta es una ventaja de nuestro trabajo. Siempre hay tiempo para atender y cumplir los dos papeles: el de profesionista y el de cabeza de familia", agrega Jeinny.
'SER ORGANILLERO ERA TRABAJO DE HOMBRES'
Luz María tiene 26 años y diez trabajando con el organillo. Es madre de dos hijos y día con día padece las dificultades de su trabajo, pues del total de organilleros sólo 30 % son mujeres.
Explica que por seis horas de trabajo al día, que consisten en cargar el instrumento de 60 kilogramos y caminar por la zona asignada, recibe alrededor de 200 pesos, de los cuales 75 pesos se van en el pago de "la renta" para poder ocupar una calle en el centro de la ciudad.
"Además, en mi caso, vivo en Ixtapaluca y gasto 60 pesos en transporte, ya lo que me queda es mi ganancia. Vivo al día y a pesar de que este trabajo ya no es valorado, me gusta porque me deja tiempo para estar con mis hijos", comenta Luz María.
Mientras gira la manivela y suena México lindo y querido, Luz María sostiene que ser mujer es difícil, no importa la ocupación; sin embargo siempre se puede salir adelante: "Por ejemplo, este era un trabajo de hombres por el peso que tiene el organillo, 60 kilos no son fáciles y nosotras caminamos y trabajamos, y además regresamos para atender a los hijos".
MUJERES AL VOLANTE
Adriana Marín tiene 40 años, es taxista y combina su trabajo con el cuidado de sus dos hijos. Dice que ser mujer, madre y trabajadora "son trabajos de tiempo completo que deben aprender a combinarse".
Trabaja a partir de las nueve de la mañana. "Me sigo en el taxi hasta las siete de la noche, pero si estoy cerca me doy mis vueltas para saber cómo llegaron mis hijos. En la noche les reviso la tarea y preparo la comida que dejo para el otro día".
Al día Adriana obtiene 400 pesos que reparte entre gasolina, su gasto diario, el de los niños y cualquier imprevisto. Sin embargo, sostiene que como mujer taxista se vive la discriminación.
En contra la corriente
El llamativo huipil rojo con franjas blancas, los aretes que casi le tocan el hombro y una larga, fuerte y oscura trenza caracterizan a Altagracia Martínez, indígena triqui recién egresada de la maestría en Derechos Humanos y Educación para la Paz en Costa Rica.
La comunidad triqui encuentra su origen en el norte de Oaxaca y es el lugar donde Altagracia ha permanecido la mayor parte de su vida; de donde partió para abrir su camino, crecer y desde sus ideales contribuir en algo al pueblo que la vio nacer.
La joven de 28 años reconoce los estigmas de los cuales es objeto su comunidad. "Soy triqui y no necesariamente soy asesina". Es cierto que se ha presentado violencia, admite, e incluso en determinado momento fue desplazada con su familia por los conflictos en la región. Sin embargo, esta situación no la ha hecho desapegarse y olvidar sus tradiciones. Porta la vestimenta y continúa con los bailes y las pequeñas tradiciones que la llenan de orgullo.
Por el contrario, ha despertado su entusiasmo por echar abajo la discriminación hacia los indígenas, quienes son vistos como extraños. "No hacemos nada para que el otro deje de ser el otro y pueda ser igual a nosotros", dice.
"Nos han dicho que tenemos que vivir en paz, pero nunca se nos ha dicho cómo entablar relaciones, el diálogo", para lograr tener paz, reflexiona la también licenciada en Ciencias Políticas.
Cada acción que ha realizado para lograr hacer un pequeño pero significativo paso ha sido difícil. Se vio obligada a desafiar a la misma comunidad y, aunque respaldada por su familia (padre, madre, siete hermanos y una hermana), se enfrentó a los señalamientos sociales de la estructura triqui.