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Luis H. Álvarez; la sencillez que conquistó

JULIO FAESLER

La vida de Luis H. Álvarez nos mostró cómo la sencillez lo domina todo. A lo largo de su lucha por los ideales más nobles, su actuación fue siempre sincera, ganándose respeto y credibilidad.

Desde sus primeros actos como alcalde de Chihuahua hasta sus últimas actuaciones al frente de la institución dedicada al rescate de los indígenas de México, nadie pudo dudar de la convicción que lo animaba a pelear por la prevalencia del valor del ser humano sobre la inequidad y la injusticia.

Todo ello desde el íntimo respeto a la dignidad de sus interlocutores sin importar que fueran ideológicamente contrarios o afines.

La claridad de esa arma fue la más eficaz en las muchas batallas que tuvo que dar en la palestra de lenguajes encubiertos. No se trataba de extirpar la corrupción que anidaba en los actos de los políticos o de los empresarios. La realidad había que conocerla sin contaminarse.

A don Luis no se le vencía con el discurso vano. La retórica no le hacía mella. Más valía hablarle de cómo cumplir las aspiraciones del pueblo que ansía atención a sus necesidades más elementales, las de casa, del vestido del sustento y, de la creciente importancia, de la protección contra la autoridad prepotente y abusiva. Estos puntos eran el enemigo a vencer.

En los largos años en que don Luis combatió contra la imposición electoral, la arbitrariedad del funcionario, el elemento más perverso se encontraba en las dobleces oficiales, que envolvían sus maquinaciones con el manto de la conveniencia pública.

El ambiente que prevalecía era la inutilidad de oponerse a los dictados del régimen y la ventaja de allanarse a sus decisiones empezando por las electorales. La tarea que el PAN se había impuesto era contrarrestar esta visión resignada de la política y presentar al pueblo la versión positiva y optimista de la política como actividad noble y, ante todo, fructífera que no significaba rendición sino de erguida actitud.

Fueron muchos los años en que se dio cruzada contra la obstinada defensa del gobierno de sus instrumentos de dominación sobre el pueblo. Hacerlo significó marchas extenuantes y peligrosos ayunos para que la sociedad entendiera la gravedad de resignarse a la disminución de sus títulos ciudadanos y para al mismo tiempo, obligar al poder público a que dejase su represión. Heberto Castillo, otro prohombre de esta segunda revolución cívica, convenció a don Luis de suspender su mortífero ayuno diciéndole que era más útil a la causa vivo, que muerto.

Una vez al frente del Partido Acción Nacional, el papel de don Luis se volteó hacia dentro para modernizar tácticas frente al poder y, para sorpresa de muchos, valerse del financiamiento público, para con él extender la lucha por la democracia más allá de las limitadas posibilidades económicas de la membresía panista.

Los triunfos electorales que comenzaron a florecer dieron nuevo ahínco a la progresiva labor de abrir el escenario político a la ciudadanía. Esa nueva etapa animó a muchos a incorporarse a una lucha que ya no parecía inútil. El número de panistas creció y con ello, el problema de la confiabilidad en la convicción panista de los nuevos adeptos.

El éxito del PAN tuvo pues, sus costos y don Luis jamás estuvo ajeno a ese reto. Juicioso y sereno aconsejó que el partido no divagara de su mira fundamental de hacer realidad la democracia. Si la meta era inagotable, la experiencia de las comunidades indígenas le enseñó tener una paciencia infinita y nunca desesperar.

El México que vivió don Luis fue el de un desarrollo cívico que el PAN reiniciaba. Hacía falta llevar a México más allá de lo que le habían heredado los próceres de la oleada pasada.

La creación de códigos, padrones, credenciales,contabilidad y tribunales electorales fueron apareciendo como resultados de la tenacidad y fueron logros que no tendríamos sin las líneas de acción que, don Luis, enfrentándose con terco sentido práctico a resistencias convencionales, guiaron a su partido y a las nacientes organizaciones cívicas, en sus presiones para que esos instrumentos se convirtiesen en ley.

La modestia y la disciplina en el ejercicio del servicio público son necesarias para la credibilidad. Esas virtudes las tuvo don Luis en los años que se entregó a la política y que le requirió lanzarse a las campañas, tanto propias como las de sus compañeros, o a la defensa de los derechos de los indígenas que le dio ocasión de ofrecer a los comandantes insurrectos el sentido unificador de solidaridad en lugar de revanchismos negativos.

Don Luis inspiró a millones de mexicanos a entregarse con fe a construir, paso a paso, nuestra propia democracia nacional. La tarea requiere sacrificios personales, incluso el más difícil, el de renunciar a las delicias y comodidades mal habidas que el poder ofrece, y con ello limitar el nivel de vida de la familia.

Luis H. Álvarez, viviente pilar de referencia marcó los caminos que hay que seguir. A don Luis habrá que agradecérselo, siempre.

juliofelipefaesler@yahoo.com

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