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Mandoki

Del cine amoroso a las sacudidas del dolor humano

Foto: Alchetron

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Manuel Serrato

Su filmografía se ha ido transformando palpablemente con los años. Desde cortometrajes inspirados en versos de Rimbaud, películas románticas del star system hollywoodense y documentales lanzados al fragor de un intenso activismo de izquierda, Luis Mandoki ha encontrado un canal de expresión más profundo, con historias de drama social que si bien parecen más una puesta en escena que una cruda fotografía de los cruentos conflictos que relatan, tienen una innegable valía: visibilizar el flagelo, poner voz y rostro a las víctimas… o a quienes se niegan a serlo.

La luz roja parece afilar la mirada lasciva de los clientes de El Tijuanita, que con alcohol e infectas horas de sexo pagado buscan distraer su miseria en aquella infausta frontera entre México y Guatemala. Las jóvenes bailarinas, todas ellas esclavizadas en una vorágine inmunda, abren la pista. Al estentóreo ritmo de la cumbia y con sus pechos al aire, aparece la perla de ese tugurio desalmado: Sabina Rivas, una hondureña de rasgos hoscos y mirada tierna que, con el peso de sus violentos 16 años y el dolor de las constantes vejaciones que sufre, se aferra a la vida como una luciérnaga en el fango, animada por un anhelo imposible: llegar a Estados Unidos y convertirse en artista, aunque para ello deba atravesar las mortíferas trampas de la migración ilegal y navegar, al igual que las taciturnas balsas del río Suchiate, en un abismo de violencia, corrupción y sueños muertos.

La historia que cuenta Luis Mandoki (Ciudad de México, 1954) en La vida precoz y breve de Sabina Rivas (2012), basada en la novela La mara, de Rafael Ramírez Heredia, es apenas un guiño, una pincelada de un doloroso flagelo que se ha agravado en los últimos años, al convertirse la migración en un oscuro negocio de grupos delincuenciales. No se sabe cuántas personas que buscan el “sueño americano” han sido abusadas, robadas o sumadas a las filas de la delincuencia en su paso por nuestro país. Las muertes quizá merezcan un análisis aparte: el asesinato en 2010 de 58 hombres y 14 mujeres de centro y sudamérica en San Fernando, Tamaulipas y el hallazgo de nuevos restos y fosas allí mismo un año después, evidenciaron una parte del horror. Se sabe, según datos del Departamento de Seguridad Nacional de la Embajada de Estados Unidos en México, que entre 2005 y 2015, las muertes de migrantes en toda la frontera norte (a la que muchos ni siquiera logran llegar) fluctuaron entre las 300 y 494 por año.

Como relata la historia de Sabina Rivas, Chiapas representa el primer escollo. Antes de subir a “la bestia”, controlada también por mafias que les cobran una cuota so pena de ser arrojados desde el tren en movimiento, los migrantes ya pasaron por múltiples abusos en el sur mexicano, donde además acecha otra amenaza: los maras (rebautizados en el filme como los tatuados).

EL DOLOR HUMANO, MÁS ALLÁ DE LAS CIFRAS

Con Voces inocentes (2004), Mandoki le recordó al mundo un fenómeno tan impío como vigente: el de los niños soldados. La historia transcurre en 1980, durante la Guerra Civil Salvadoreña. Chava, un niño de 11 años cuyo padre emigró a Estados Unidos iniciado el conflicto bélico, debe asumirse como el hombre de su casa, procurando a sus dos pequeños hermanos y ayudando a su madre, que cose vestidos para garantizar la humilde subsistencia de los suyos en el pueblo de Cuscatancingo. Su trabajo como 'mosca' de camión, la ternura de sus juegos infantiles y el día a día escolar, se ven trastocados tanto por los constantes enfrentamientos entre rebeldes guerrilleros y soldados del Ejército, como por la amenaza de estos últimos de reclutar niños a partir de los 12 años y entrenarlos para el combate, sacándolos en forma cruenta de sus casas y escuelas para ponerles un fusil en las manos y despojarlos así de su inocencia. Chava está por cumplir la edad en que los niños son arrastrados por las garras castrenses.

Si bien el filme (basado en la vida del escritor salvadoreño Óscar Orlando Torres, autor del guion) se centra en un lugar y momento determinados, el flagelo persiste, pues se estima que ahora mismo existen unos 400 mil niños partícipes de conflictos armados en por lo menos 19 países.

No obstante, como realizador, Mandoki prefiere dejar de lado las cifras y el contexto duro en que se enmarcan sus historias y se esfuerza más bien en dibujarle un rostro, tangible y digno, a quienes han caminado en el horror. Más allá de ideologías políticas -dice el propio director-, lo que lo inspira y sacude es el dolor humano, y la esperanza de que el cine, con la complicidad del espectador, pueda ser un instrumento de cambio.

TRASPASANDO “LA BARRERA DEL NOPAL”

En una búsqueda frenética de aprendizaje, Luis Mandoki abandonó el San Francisco Art Institute al cabo de un año por considerarlo “demasiado experimental”. Desertó tras sólo tres meses de la London Film School por abrumar a sus estudiantes con demasiada teoría y, finalmente, terminó su formación en el London College of Printing. Allí, el poema Les étrennes des orphelins, de Arthur Rimbaud, inspiró su primer cortometraje: Silent music (1976), que le valió un premio como amateur en el Festival de Cannes.

Tras ese primer éxito volvió a México con la intención de construir aquí su carrera cinematográfica. Pero el poco fomento al cine que se vislumbraba en el recién iniciado sexenio de José López Portillo y las películas de “charritos y ficheras” que dominaban la escena mexicana terminaron desmotivándolo y, como contó el propio director al canal digital CorreCámara, concluyó que para crecer profesionalmente necesitaba dos cosas: no pretender ser “hijo del Estado” y “traspasar la barrera del nopal”. Luego de algunos proyectos menores y de no conseguir financiamiento en México para montar el filme que lo obsesionaba, encontró la posibilidad de realizarlo en inglés. Así nació Gaby: a true story (1987), película basada en la vida de la escritora y activista Gaby Brimmer (1947-2000), quien pese a nacer con parálisis y tener movimiento sólo en su pie izquierdo, encabezó una dura cruzada en pro de los derechos de personas discapacitadas, acompañada siempre de su cuidadora, la también encomiable Florencia Sánchez Morales.

EL DIRECTOR DE PELÍCULAS DE AMOR

A decir de Mandoki, Hollywood ofrece una preciosa ventaja: valora el talento sin discriminación de origen. La mayor desventaja, en contraparte, es que los realizadores son fácilmente encasillados y acotados a un género específico. A él le tocó, pues, ser “un director de películas de amor”. Entre los títulos de su aventura hollywoodense resaltan: White palace (1990), con Susan Sarandon y James Spader; When a man loves a woman (1994), con Meg Ryan y Andy García; Message in a bottle (1999), con Robin Wright Penn, Kevin Costner y Paul Newman; Angel eyes (2001), con Jennifer López y Jim Caviezel; y el thriller Trapped (2002), con Charlize Theron y Kevin Bacon.

De regreso a un México políticamente efervescente, vinieron los documentales apologéticos de la figura de Andrés Manuel López Obrador: ¿Quién es el señor López? (2006) y Fraude: México 2006 (2007).

EN PRODUCCIÓN

Como proyectos en desarrollo hay un par de biopics: Baking on Mr. Toad, que narra la vida del escritor escocés Kenneth Grahame (autor de El viento en los sauces) y Castro’s daughter, el esperado filme basado en la vida de Alina Fernández, hija del exlíder cubano Fidel Castro y quien huyó de la isla como disidente en 1993.

El tiempo ha convertido a Luis Mandoki en un constante perseguidor de inquietudes. A final de cuentas, dice, “el cine se construye de momentos, de imágenes, de visiones”.

Twitter: @manuserrato

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