El primer cuarto del año se fue. Los sucesos de marzo no disiparon, recargaron la tormenta nacional vaticinada por el acontecer de enero. La degradación sigue a ritmo de marcha.
Se degrada la economía, la política, las elecciones, la gobernabilidad, el medio ambiente y el tejido social. Rezuman podredumbre. Cada uno de los noventa y un días transcurridos ha sido un heraldo negro, un aviso del abismo en el cual el país se precipita. Pese a ello, la clase dirigente sigue en lo suyo. Y lo suyo no es dirigir, representar, normar, mucho menos gobernar. Lo suyo es conservar y acrecentar prebendas, posiciones, recursos y privilegios, dejando el timón a la deriva.
Los dirigentes políticos no pueden con el país. Sin embargo, quieren poder a más no poder, pero no pueden. No encaran los problemas, menos los resuelven, sólo intentan paliarlos con medidas cada vez más autoritarias o arbitrarias. No dan la cara. Han hecho de las selfies el espejo de su egolatría y de los tweets la expresión más profunda de su postura y pensamiento. Aguardan con ansias aparecer de algún modo en los spots por venir, el monumento a su vacuidad.
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Grandes y pequeños acontecimientos sociales advierten del peligroso nivel de desesperación que alcanza la falta de gobierno.
Pese a una treintena de operativos de seguridad desplegados en Acapulco, representantes de la Iglesia y el comercio formulan peticiones inaceptables en un Estado de derecho, pero como no hay derecho ni Estado, nada pierden: apelan a la autoridad del crimen.
¿Cuáles son esas peticiones? Facilidades a Hacienda en el pago de impuestos para cumplir con la extorsión impuesta por el crimen. No pueden con el doble tributo. Piden también una tregua al crimen y dialogar, encontrar alguna fórmula de arreglo por el bien de todos. Nomás falta que el crimen les preste mejor oído que el gobierno.
Todo sin hablar de las ejecuciones que son carne de todos los días.
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Tal barbarie y violencia en combinación con la ausencia de gobierno, quizá, explica pero no justifica que un escolta tunda a golpes a un automovilista por atravesársele en el camino a su jefe, Alberto Sentíes. Las redes sociales condenan el hecho, obligan la actuación de la autoridad y, luego, el escolta muere de un paro cardiaco en un hotel del Estado de México, tras acusar en un manuscrito a su jefe de haberle ordenado castigar al automovilista. Punto y seguido: el patrón del guarura acude a la Comisión de Derechos Humanos, acusa a la Procuraduría de causarle daño.
En esa lógica también se entiende que una monitor scout encabece la ceremonia iniciática de una pequeña, derramándole refrescos en la cabeza. Que la niña sepa lo que sigue. Se entiende por qué se puede hacer escarnio de una joven violada en Veracruz, victimizándola por partida doble y, luego, insertar la infamia en el rejuego electoral.
Suena, entonces, natural que la hija de Joaquín Guzmán Loera, Rosa Isela, denuncie que el gobierno traicionó a su papá porque su fuga era pactada o que la amiga del criminal, Kate del Castillo, emprenda una campaña para mostrar cuán inocente es. Por qué no burlarse del gobierno, si no hay gobierno.
Esos avisos y otros más, dando cuenta del deshilvanamiento del tejido social, llegaron a lo largo de marzo, pero la dirigencia política no les prestó atención. En su concepto, son tonterías que no deben distraerlos de lo trascendente: repartir tinacos, monederos electrónicos, becas, mochilas, uniformes o pintar fachadas. Los grandes y pequeños problemas que exhiben la calidad del gobierno y el desgarre del tejido social son lo de menos.
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La ausencia de proyecto y de gobierno en sus distintos niveles alcanza su punto de quiebre en la degradación del medio ambiente de la megalópolis.
El gobierno federal y local, así como los estatales de la región mostraron no saber qué hacer, se dijo en anterior Sobreaviso, si el viento sopla o si deja de soplar. Sólo se acusaron entre ellos, importándoles un bledo la salud de la gente. Quienes tengan más pulmones, que jalen más aire; y quienes tengan coche que lo guarden un par de meses. Dado que la naturaleza del poder no da para resolver el problema, que el poder de la naturaleza lo disipe. Que la lluvia de verano disperse los contaminantes y la gente se queje, entonces, de las inundaciones, no de la calidad del aire.
El espectáculo ofrecido, en particular, por los gobernadores Eruviel Ávila, Rafael Moreno Valle y Graco Ramírez no tiene par. Soberano y libre cinismo, propio de una república en decadencia, sella su conducta. Qué coordinarse y planear en conjunto, ni qué nada. Si sólo Miguel Ángel Mancera pierde popularidad, problema de él desdibujarse en la boleta del 2018. Lo de hoy, es mañana.
Si la lluvia no resuelve el problema y sólo deja inundaciones, de seguro, los contratistas preferidos del gobierno, Higa y OHL, propondrán construir no más segundos pisos, sino terceros y cuartos. Vamos, que quepan más coches y surjan jugosos negocios. No hay desastre que por contratos no venga.
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De la degradación de la política electoral, ni hablar. Las campañas arrancan este fin de semana, pero en la postulación de candidatos, gobernantes y partidos ya mostraron no su competencia, sino su incompetencia política.
El peor adversario del PRI, al menos en Veracruz, Quintana Roo y Chihuahua, son sus propios gobiernos y, entonces, el tricolor vive su catch 22: si los depone, malo; si los sostiene, también. A favor del priismo, la ineficacia del panismo y el perredismo que, bajo la divisa de la-derecha-y-la-izquierda-unidas-jamás-perderán-prerrogativas, recicla desechos o postula candidatos sin destino. La autoridad electoral, por su parte, no ceja en el empeño de descifrar qué es eso de la autoridad electoral.
De la degradación de la economía, pues ahí está el aviso de Moody's y la felicidad de Emilio Lozoya Austin sin cuentas que rendir de su impune gestión en Petróleos Mexicanos. La perspectiva económica es negativa, aun así la clase política no ve por qué combatir la corrupción que asfixia al país.
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Terminó marzo y, ya se sabe, abril no circula. Ojalá el calendario tire rápido sus hojas.
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