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METÁFORA CIUDADANA

VOCACIÓN Y PREPARACIÓN PARA LA DIRECCIÓN

LUIS ALBERTO VÁZQUEZ ÁLVAREZ PH.D.

Un director de orquesta sinfónica dirige múltiples y diversos instrumentos musicales tocados por cien o más personas; en ocasiones se agregan solistas y coros, lo que aumenta la presión y concentración; el director debe también atender al público mismo. Para llegar a ser director de orquesta se requiere de vocación y de muchos años de preparación; además de sensibilidad para saber distinguir cuándo un tema es muy difícil y cómo hay que interpretarlo e invitar a los miembros de la orquesta a conseguir el máximo sentimiento del público asistente que es la felicidad tras una brillante ejecución.

El director de orquesta ordena, coordina, afina a toda la orquestación, empuja al éxito, pero jamás se mete a interpretar; escoge a los mejores músicos que hay en el mercado o los busca en todas partes; invita a los más virtuosos; por eso las orquestas son majestuosas. Cada músico es especialista en su instrumento; el director, cuando ha escogido al mejor ejecutante para cada puesto, sabe armonizar y llevar los tiempos con precisión; nunca anda haciendo experimentos ni cambiando al primer violín a fagotista y después a percusionista o lleva al pianista al corno francés y más tarde a las percusiones.

Por otro lado, conlleva a todos a participar, nadie está ahí de sobra; cada quien conoce su instrumento; sabe leer las notas y ejecuta con maestría su parte; todos saben muy bien que hacer y en qué momento hacerlo. Un director debe ser tan buen organizador y eficiente que si llegara a faltar, la orquesta podría presentar el concierto, incluso con su ausencia. Es recreativo; es decir, crea nuevamente en cada ejecución y posee la capacidad de interpretación de la obra, a veces incluso más allá del deseo primario del autor. Al final, cuando llega el triunfo; como todos han sido partícipes de él, recibe su premio y el público los distingue con sus aplausos.

Siempre atento al desarrollo del concierto, el director observa todo y a cada uno de los participantes; aunque por lo general es un virtuoso en algún instrumento, ha sido instruido a profundidad para la dirección; por ello mantiene un respeto irrestricto para cada maestro ejecutante. Cuando debe hacer cambios, los realiza de manera adecuada, dialoga con cada uno de los integrantes de su orquesta, los escucha y aconseja, pero no deja pasar errores por amistad o compadrazgo. Algo más que es trascendente, es que al director de la orquesta si le aplauden; lo hace todo el público cuando entra y cuando termina cada interpretación; lo respetan por lo que él es; por su orquesta y por su labor artística.

México es una nación con más de 120 millones de personas, posee jefes ejecutivos en lo federal, estatal y municipal; pero al día de hoy habrá que dudar de su vocación, la que podría permitirse no poseer, si su preparación fuese supletoria de aquélla, pero si muchos de ellos no son capaces de haber leído tres libros en su vida, mucho menos de acudir a un concierto sinfónico, a menos que sea éste dentro de un acto político y lo más seguro es que se aburran y se duerman en él.

Es por ello que no pueden comprender la relación entre armonía en su organización y satisfacción para su pueblo, simplemente actúan al tino y no siempre aciertan, son más los yerros en su gestión que los éxitos y se le cae a pedazos el tema y la actuación. Es común ver cambios en los gabinetes, lo que significa pruebas al vapor o que estamos gobernados por superhombres que lo mismo cocinan que construyen edificios, educan o sanan enfermedades y hasta representan a México en la Conchinchina.

Frente a un concierto sinfónico; un período de gobierno en México es todo lo contrario; la ignorancia en la administración pública se transforma en soberbia; los gobernantes se obcecan con su poder que creen infinito; jamás dialogan entre sí para mejorar o con el pueblo para conocer su situación, su sentir o su manera de ver al país; por el contrario, esperan y quieren que el pueblo coja la espada por el filo. Su corrupción se ensancha buscando los silencios del concierto; presentan la peste como espectáculo y suben a los muertos a un tren de 200 furgones y van a tirarlos al mar. El director aunque recrea, es fiel al compositor; el político viola incestuosamente al autor de la obra política que es el pueblo. Frente a algún esporádico triunfo, producto más bien de la casualidad que de la previsión, se adornan con presuntuoso egoísmo y niegan participación al resto del equipo.

Cada político piensa solamente en su éxito personal, es capaz de arrastrarse ante el superior para buscar destacar ante él, pero frente al ciudadano es un déspota que exige pleitesía a su persona. Suple la preparación directiva con torvos antecedentes como el porrismo con el que va adquiriendo presencia política; la vocación de servicio es un barniz de tan baja calidad que rápidamente se craquea y se cae a pedazos; llena su gabinete con amigos y familiares otorgándoles los mejores cargos aunque sean ineficientes, corruptos y carentes de voluntad política para resolver problemas sociales; más tarde los reacomoda, no en base a sus habilidades, valores y virtudes, sino a los intereses del mismo tirano.

Platón en su obra política máxima "La República", exigía la formación del gobernante como filósofo, ya que no es aceptable dejar el estado en manos del peor dotado de los seres humanos; Así pues, busquemos para encontrar a quien pueda dirigir el destino de nuestras comunidades de entre aquellos que poseen devoción, vocación y capacidad, ya que es pecado mortal entregar el poder a quien tiene como gracia principal comprar votos con el mismo dinero del pueblo y, además, contratar hackers para que le lleven a dirigir una orquesta de muchos millones de ejecutantes. Todo esto suena a utopía, pero ¿Qué es querer tener una vida vivida en la felicidad sino una ilusión? Y los concierto de Beethoven, Tchaikovsky o de Mozart, ¿No son fantasías que culminan acercando la felicidad?

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