En el final del Mahabharata, se narra el ascenso de los Pandavas al Himalaya; durante el mismo, se irían, uno a uno de esta vida. Ellos oraron en muchos tirthas sagrados distribuidos en la subida. Al ascender fueron muriendo; primero la preciosa Draupadi, esposa poliándrica de los cinco hermanos; luego, sucesivamente, Sahadeva; Nakula; Arjuna; Bhima y sólo quedó Yudhistira, acompañado de un perro que permaneció fiel a su lado todo el camino.
Finalmente, el Señor Indra apareció en su carro ante Yudhistira y le indicó que le conduciría directamente a los cielos en su forma humana; le aseguró que sus hermanos y esposa ya estaban en el mundo espiritual, Yudhistira se apresuró a subir al perro al carro, pero Indra se opuso fuertemente, indicando que el perro contaminaría el cielo; Yudhistira, sin embargo se mostró inflexible: no se iría sin el perro que se había dedicado por completo a él. Éste había permanecido fiel en la época de sus grandes pérdidas: de Draupadi y cada hermano. Diciendo que no podría ser feliz en el cielo abandonando aquel perro y rechazó la oferta de Indra. Entonces Dharma, el Dios de la justicia, apareció en todo su esplendor, él era el perro. Esta había sido la prueba final para Yudhistira, quien hasta el final, nunca tambaleó y por ello pudo alcanzar el nirvana en forma humana.
La decisión irresponsable del congreso mexicano de clausurar sus sesiones y retirarse a sus vacaciones largas dejando asuntos legislativos importantes desatendidos, es muestra del desprecio que tiene esta caterva de erariovoros por el pueblo mexicano, al que abandonan fácilmente cual perro sarnoso. La propuesta popular de la ley 3 de 3 que surgió de la desesperación de la comunidad ante la creciente vigencia de la corrupción y de la impunidad que si bien, ancestralmente ha estado presente en la gobernanza nacional, en los últimos tres años se ha potenciado de manera escandalosa y se ha convertido en pandemia, infectando no solamente al gobierno en todos sus niveles y en todas sus áreas, sino también a sus organismos descentralizados, a los sindicatos que agremian empleados públicos o privados; involucrando además a empresas particulares, primero aquéllas que tienen tratos de algún tipo con él, pero que se está encarnando en todos los ámbitos sociales, convirtiéndose en folklor nacional, patrimonio del estado mexicano.
Lo que más me impacta del final del milenario texto hindú, es que aquello que se niega a abandonar, sin conocerlo, el mayor de los Pandava, es al dios de la justicia y, precisamente lo que nuestros legisladores arrojaron a un infierno de exasperación popular fue la justicia, porque si se emitieran leyes que combatan la corrupción, se destruiría la impunidad. Éstos prefirieron subirse al carro de oro de sus privilegios, los que poco antes se habían autoincrementado exponencialmente, asegurándose disfrutarlos libremente.
El libertador sudamericano, Simón Bolívar advirtió que "Los legisladores necesitan ciertamente una escuela de moral". Y esta expresión es tan válida para los legisladores federales como para los locales; por ejemplo, en Coahuila, los que autorizaron la megadeuda de la cual faltan diez y ocho mil millones de pesos que no se sabe dónde quedaron; luego, hace un año, autorizarán otros 2,500 millones y hace unos días otros 830 más. Total, es el mísero pueblo el que paga, ¡Qué más da!
Por ello también hace falta, además de leyes contra la corrupción, incidir en la vigilancia continua de los recursos públicos. Experimentos psicológicos han comprobado que si alguien se siente vigilado, aún por un ser invisible, duda mucho para hacer el mal; porque si se siente observado, logra vencer las tentaciones; de ahí la urgente necesidad de ejecutar la facultad del pueblo de exigir cuentas a sus gobernantes.
En la cómica y caricaturesca democracia mexicana, los legisladores no se comprometen con la actividad parlamentaria; no les interesa hacer carrera en el campo de la legislación; solamente ven su paso por el congreso como trampolín para un cargo ejecutivo; utilizan el escaño bajo dos soberbios paradigmas: para gozar de fuero y emolumentos elevadísimos y como compás de espera de algo más grande; lo importante es no separarse de la ubre del erario. Creen que son indispensables; que el pueblo los necesita y no entienden, ni quieren entender, que es deshonesto y antiético utilizar el tiempo en el congreso para dormir o para chatear; los cientos de miles de pesos que reciben de sueldo mensual deberían ser para utilizar su inteligencia y experiencia en programas y proyectos que beneficien al pueblo. Pero si usted le dice a uno de ellos eso, seguramente, con cinismo y descaro, soltara ante su cara tremenda carcajada.
Hoy la profesión legislativa se ha transformado en una especie de espectáculo y hasta no trocar radicalmente ese estercolero, los beneficios para el pueblo no solamente escasearán, sino que se revertirán, convirtiéndose en su enemigo. Las formas y modelos tradicionales de un parlamentarismo preocupado por el crecimiento humano, es ahora una parodia de cinismo y desvergüenza. Precisamos congresistas comprometidos consigo mismos, poniéndose al día en cuanto a la preparación de aquellas disciplinas indispensables para legislar en un sistema mundial donde la única constante es el cambio; un cuerpo legislativo capaz de promulgar principios ético-jurídicos en medio de este mundo cada día más complejo, con una realidad más dinámica, con problemas complicados; deben proyectar soluciones efectivas; programas que impulsen las justas aspiraciones sociales, legítimas, y que todo se puede lograr con un maridaje pueblo/congreso, al estilo de la antigua Roma:
Necesitamos legisladores fuertes, ágiles de mente, abiertos de conciencia, que puedan soportar la crítica ciudadana, inexcusables y que sean capaces de ofrecer soluciones. Que se atrevan a renunciar a sus intereses personales y de partido y a asumir su responsabilidad social, envalentonándose para protegernos en épocas turbulentas. Frente a la miseria que hoy vemos de los congresistas, es indispensable para ellos y para la nación, recuperar la credibilidad de los ciudadanos.