Tal vez como nunca, el tema de México juega hoy un papel de primer orden en una campaña presidencial en Estados Unidos. La relación de la primera potencia mundial con nuestro país ya de por sí es relevante dada la vecindad, el intercambio económico y el flujo migratorio. Pero ahora ha adquirido una importancia mayor debido al discurso xenofóbico y agresivo del candidato de la ultraderecha republicana, Donald Trump, y al descontento de un sector de los demócratas con el estatus económico actual que ha obligado a la candidata demócrata Hillary Clinton a hacer ciertas concesiones en cuanto a proteccionismo se refiere. En medio de ambos discursos está México, situación que debe motivar en el gobierno de la República una reflexión profunda sobre las medidas a tomar para hacer frente a los retos que plantee el triunfo de cualquiera de los candidatos, pero principalmente en caso de que Trump llegue a la Casa Blanca.
Uno de los temas centrales de la agenda tiene que ver con la migración y es quizá en donde existen más contrastes. Mientras el magnate neoyorquino habla de construir un muro en la frontera para frenar el arribo de mexicanos, deportar a millones de personas, establecer registros minuciosos de quién entra al país, entre otras medidas radicales, la exprimera dama de Estados Unidos busca concretar la reforma migratoria de su correligionario Barack Obama, con la que se daría alivio a buena parte de la población inmigrante. En este aspecto, lo que más conviene a México es, sin duda, el triunfo de Clinton. Una eventual victoria de Trump podría tensar al límite las relaciones diplomáticas.
De alguna forma ligada a la migración está la seguridad, un tema que ha ido escalando en el nivel de preocupación de ambos gobiernos debido a la proliferación de cárteles del narcotráfico multinacionales y del incremento de su poder de fuego y violencia. Una parte de la justificación de las propuestas migratorias de Trump tiene que ver con la seguridad, entendida de una forma muy simplista y absurda ya que acusa a todos los mexicanos de ser criminales. Es de prever que con el candidato republicano el apoyo y cooperación que Estados Unidos ha brindado hacia México en materia de seguridad desaparecería o, en el mejor de los casos, se reduciría al mínimo. Por el contrario, con Clinton se mantendría la estrecha colaboración que existe entre ambas naciones aunque también aumentarían las exigencias para garantizar el respeto a los Derechos Humanos, condición para que la ayuda continúe.
Por último, pero no menos importante, el tema económico. Desde hace más de dos décadas México tiene como principal socio comercial a Estados Unidos gracias al Tratado de Libre Comercio. En el momento en el que los gobiernos de ambos países, junto con Canadá, han planteado la necesidad de fortalecer los lazos y ampliar los alcances del TLC, Donald Trump ha propuesto someterlo a una revisión exhaustiva e, incluso, renegociarlo por considerarlo desventajoso para Estados Unidos. Curiosamente, los principales críticos del tratado en México usan el mismo argumento, pero a la inversa. Existe un sector del electorado estadounidense que se siente afectado en sus intereses por el acuerdo comercial; se trata de los trabajadores blancos, de bajo ingreso y en sectores tradicionales en los que ya no son competitivos los Estados Unidos, quienes han visto perder miles de empleos debido a la mudanza de empresas a este lado de la frontera, pero quizá más a China y otras latitudes, aunque el simplismo de Trump le cobre la factura completa a nuestro país. En consecuencia, el Partido Demócrata ha tenido que hacer eco también del reclamo de este sector y se ha mostrado abierto a la revisión del TLC.
El panorama descrito arriba permite deducir que independientemente de quien llegue a la presidencia de Estados Unidos en enero de 2017, la relación con México sufrirá modificaciones, que serían mucho más profundas si Trump resultase triunfador. La pregunta aquí es si el gobierno mexicano está preparado para hacer frente a cualquiera de los dos escenarios. Si será capaz de recobrar los esfuerzos de cabildeo en el congreso y con lo sectores económicos de Estados Unidos, que hicieron posible el TLC en su momento y que desde el presidente Zedillo hasta nuestros días han brillado por su ausencia. Véase el ejemplo de Israel que tan bien lo ha hecho desde su creación como estado en 1947. La moneda está en el aire y desafortunadamente pareciera no ofrecer buenos augurios para nosotros.