Estamos en Suiza. Tiene 27 años. Prende fuego a un vagón de tren y después, con un cuchillo, hiere a seis personas, niño incluido. Un alemán incendia casi 5000 hectáreas. Y qué decir de los atentados contra turistas inermes en Tailandia. La idea de una bomba en Río asedia. Ya no digamos un atentado en Utah. Trump podría ganar con un despótico se los dije. Así de frágil se mira cualquier destino.
El miedo se ha vuelto a apropiar de nuestras vidas. A mayor temor, menor libertad. Después de los atentados en Paris hasta bailar es una afrenta. ¿Cuál es la ofensa, quién el ofendido? El Miedo es el título de un texto ya clásico de Corey Robin. Siempre ha estado allí, desde la prehistoria, pero se convirtió en una idea política. John Locke invocó al hombre como lobo del hombre. Cómo protegernos de nuestros congéneres, cómo evitar que nos destruyan. Así nace el gran Leviatán, ese ogro necesario que se nos impone para garantizar el control de la agresión del que puede ser nuestro vecino. El miedo no ha sido sólo partera del mal. El miedo a la guerra civil engendra respeto por el imperio de la ley, dice Robin. El 11 de septiembre provocó un alud de solidaridad en Estados Unidos. El miedo puede despertar acciones civilizatorias.
Trump provoca miedo. Ignorante, prepotente, fanfarrón, incoherente, no representa exactamente el legado de Abraham Lincoln. Hasta en su patria, entre sus correligionarios hay miedo. ¿Llegará el poder? Difícil saberlo. Pero la pregunta está ahí: ¿qué hacemos con ese miedo? El miedo nos ha despertado. Independientemente de las preferencias partidarias, qué demonios hacemos con él, cómo lo procesamos. La guerra nos genera miedo, la guerra comercial también, peor aún las fobias. Qué hacer con ese miedo. Un terremoto nos estremece con la simple idea de su existencia. Inevitable. Pero cómo lo procesamos. El miedo tiene consecuencias políticas. Por eso lo que ocurrió en Tailandia nos importa. Porque el miedo está en todas partes y nos puede volver conservadores -convencidos del armamentismo- o, por el contrario, luchadores en favor de mayor igualdad pacificadora.
Lo primero es confesarlo. Si tengo miedo cuando veo los retenes en Río y pienso que algún loco puede andar rondando. Cómo no sentir miedo cuando Trump invoca la segunda enmienda e implícitamente convoca a la violencia. Inevitable pensar en los filtros de seguridad de los aeropuertos que ya no sirven porque cualquier atentado puede ser previo. Hay hoy una política del miedo. Invocar la tragedia que está por venir, convoca al miedo. Las mafias que usurpan nuestro destino llevándonos al abismo, sin que -ignorantes nosotros- nos demos cuenta, también son una incitación al miedo. Y dónde queda la democracia. Es acaso inútil. ¿Da lo mismo vivir en un régimen dictatorial o uno regido por los votos? O quizá contra el miedo, es mejor un dictador que impone control férreo aunque se sacrifiquen libertades. ¿A quién favorecen los descontroles políticos? A la izquierda o a la derecha. Si un gobierno permite el desgobierno, a quién convoca. Porque el miedo no tiene ideología, vive de instintos que nacen en la víscera.
¿Puede el miedo llevar a Trump al poder? Ahora advierte del fraude como estrategia de los demócratas, afirma que Obama y Clinton crearon ISIS, invoca los atentados -pasados y futuros- que son parte del imaginario colectivo y columna vertebral del fantasma que guía su campaña. El miedo abraza a Alemania, nueva presa de la ola terrorista. Por qué no retirar la nacionalidad alemana a los terroristas. El problema es saber quiénes son. La política no es la misma. El miedo ahoga a las ideas. Democracia o autoritarismo, para qué discutir. Lo primero es evitar, prohibir, expulsar, extirpar, lo que sea, aquello que nos causa miedo. El peligro nos acecha, no esperen de los ciudadanos argumentos que crucen por la racionalidad. El miedo domina. Los que lo invocan, invocan al autoritarismo.
Estamos a punto caer en el abismo, es cuestión de pasos. El país se desmorona, nos acechan, el demonio mismo está a la vuelta de la esquina y, finalmente, estamos perdidos, naufragamos, yo soy el SALVADOR. Evolución del argumento: el peligro -que provoca miedo- demanda un redentor, llámese Perón, Fidel, Reagan, Pinochet, Chávez, Ortega (Rosario incluida), o Trump. Faltan nombres. ¿Por qué no incitar a las raíces emocionales de la política si son tan efectivas? Cualquiera puede acariciar la conjura para ganar votos. El problema es cómo sacarla de nuestras mentes. Quien trae una conjura en la cabeza normalmente está enfermo. Por supuesto que ha habido conjuras inconcebibles: Hitler.* Pero cuidado con los mercaderes del miedo porque, siguiendo a Montaigne, debemos temer al miedo.
* En cartelera sobre el nazismo: "La colaboración" y "3 días en mayo". Excelentes.