Con pesar me enteré del fallecimiento de Cecilia Rodríguez Melo.
Lindísima chica ella, inquieto adolescente yo, hicimos teatro en el Saltillo de los años cincuentas. Subimos al palco escénico -así se decía entonces- en obras como "El color de nuestra piel", de Gorostiza, y "El niño y la niebla", de Usigli.
Era Cecilia una muchacha de travieso ingenio y agradable trato. Cantaba con afinada voz; sabía decir graciosamente anécdotas y cuentos. A todo mundo le caía bien; de nadie nunca hablaba mal.
Al paso de los años destacó en tareas educativas. Tuvo a su cargo un centro cultural en el antiguo barrio saltillero de Santa Anita. Ahí cumplió una ejemplar labor de difusión del arte y promoción de la lectura.
Hago llegar a su familia mi sentimiento de pesar. La vida de Cecilia fue plena y generosa. Haberla tratado fue un regalo para todos los que la conocimos. Guardaremos de ella memoria perdurable. Y para los recuerdos no hay muerte.
¡Hasta mañana!...