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MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

La mañana temblaba de frío. El padre superior no le dio permiso a San Virila de ir al pueblo a pedir el pan para sus pobres. Temía que enfermara, tan viejo y débil era.

El frailecito no quería que sus pobres pasaran hambre. Hizo un ademán; las nubes se abrieron y un tibio rayo de Sol se posó en él. Echó por el camino, y ese verano diminuto lo acompañó con su luz y su calor.

Al llegar al pueblo el santo vio a un perro callejero que tiritaba en un rincón. Se quitó entonces el rayo de Sol y se lo dio al perro. Le dijo:

-Disfrútalo, hermanito. Lo necesitas más que yo.

El perro, agradecido, caminó al lado de San Virila para que el rayo lo calentara a él también. Así, juntos, regresaron al convento.

Los vio llegar el padre superior y le dijo a Virila:

-¡Qué gran milagro hiciste!

Contestó el santo:

-El perro realizó un milagro mayor que rara vez se mira: agradeció el bien que se le hizo.

¡Hasta mañana!...

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