Le llegó a Don Juan la muerte, y él la abrazó como a una amante que se espera.
En el Cielo las mujeres a las que había amado se alegraron: ahora Don Juan estaría con ellas para siempre.
Pero San Pedro, el ceñudo portero celestial, no admitió al sevillano en la morada de la eterna bienaventuranza. Le dijo que por su vida disipada no podía entrar en el Cielo. Su lugar de destino era otro. El otro.
Oyeron eso las mujeres y se alborotaron. Fueron en comisión con el Señor y le dijeron:
-Si Don Juan va allá nosotras nos iremos con él.
Ni siquiera el Señor puede resistir un ultimátum femenino. Llamó a San Pedro y le ordenó que dejara entrar al seductor.
Masculló mohíno el apóstol:
-¡Ah, mujeres!
Y exclamó con alegría Don Juan:
-¡Mujeres! ¡Ah!
¡Hasta mañana!...