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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Casi nadie ha oído hablar de Jan de Vrier, pintor flamenco.

Se dice que Leonardo y Rafael lo admiraban, y que Miguel Ángel imitó su técnica y su colorido.

También se cuentan de él cosas que algunos escépticos juzgarán apócrifas. Por ejemplo, cuando le hacía falta dinero pintaba en su tela unas monedas de oro y luego las tomaba para pagar con ellas lo que necesitaba.

Cerca ya de la ancianidad De Vrier se sintió solo. Pintó entonces una hermosísima mujer. En seguida la hizo salir del cuadro y la tomó en sus brazos. La bella joven lo rechazó y se fue con el ayudante del pintor, un rudo mocetón que ni siquiera sabía dibujar. El artista, desolado, pintó entonces un pomo de veneno y sacándolo de la pintura apuró el tósigo.

Bien pronto Jan de Vrier quedó olvidado. En nuestro tiempo su nombre y su retrato aparecen sólo en algún libro para uso de eruditos. Uno de ellos sacó de la página al pintor para que le hablara de su vida y de su obra. De Vrier no pudo decirle nada: se había olvidado de sí mismo.

¡Hasta mañana!...

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