Jean Cusset, ateo con excepción de cuando estudió Entomología, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-Extrañas formas de adorar a sus dioses tienen los humanos. Nos causa risa saber que para congraciarse con su dios los calmucos bañan su imagen con leche agria, pero quizá ellos reirían también al ver que nosotros rendimos homenaje al nuestro echándole humo.
-Yo conozco -siguió diciendo Jean Cusset- un modo de adoración que seguramente ha de agradar a todos a los dioses, aun a los que no existen. Ese modo consiste en venerar a Dios en sus obras; en hacer el bien a los hombres y a todos los seres y cosas de la naturaleza, que es donde Dios se muestra más visible. Ninguna magia puede ser mejor que la magia del amor, del bien, de la bondad. Si la ejercemos en cada acto de nuestra vida ningún dios, sea cual fuere, podrá decir que lo adoramos mal.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...