Jean Cusset, ateo con excepción de la primera vez que visitó la catedral de Chartres, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-Detesto a los hombres -y a las mujeres- que por ser iglesieros creen tener amistad personal con Dios, y tratan a los demás como pecadores excluidos de la gracia del Señor. Admito que Dios está en las iglesias -Dios está en todas partes, incluso en las iglesias-, pero está sobre todo en el corazón de quienes lo aman; de aquéllos que en su nombre hacen el bien por el bien mismo, no por el temor a un castigo o la esperanza de una recompensa.
El amor es el que salva, no los ritos. Si los rituales sirven para encender la llama del amor, y difundirla, entonces serán buenos. Pero serán muy malos si sólo sirven para fomentar el egoísmo y la vanidad.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...