Tus palabras son jácara ruidosa en mi silencio como de catedral.
No descorras las cortinas, ni abras los postigos de la ventana. Lo mío es la penumbra; me ofenden las estridencias de la luz. El aire del mundo me lastima. Esa humedad que siento, que presiento, de lluvia o de rocío, puede herirme, y aun matarme.
Déjame solo. Así he vivido siempre. He sido y aún soy. Cuando tú ya no seas yo seré. Los tuyos ya se fueron; yo aquí estoy. Vete tú también, solo como yo, con esa soledad tuya que durará menos que la mía".
Eso me dice -eso creo que me dice- el ropero que está en el cuarto de mi abuelo y de mi padre, donde entro de vez en cuando para entrar en mí. Escucho lo que dice el viejo mueble y obedezco. Salgo y lo dejo solo. Me pregunto quién vendrá después de mí a oír su voz sin voz.
¡Hasta mañana!...