A LA EDAD DE 60 AñOS JOHN DEE CONOCIÓ LA FELICIDAD.
Jamás había sentido ese inefable don. Los escasos placeres que gozaba -la lectura de sus libros; el trato de los amigos; la contemplación del mundo- le daban un tranquilo sosiego, pero no esa dicha plena de la cual hablaban los epicúreos.
Cierto día el filósofo conoció a una hermosísima mujer. Ella lo salvó de la filosofía. Lo sacó de los libros y lo llevó a la vida. Sus ojos eran la mejor lectura; su cuerpo el más grato amigo; no había otro mundo más digno de contemplación que el de ella. En sus brazos supo John Dee lo que era ser feliz.
No duró mucho su ventura. Poco tiempo después la bella lo cambió por un robusto jayán que pasó por el camino. Pero el sabio ya nunca volvió a ser el mismo hombre. Había conocido la forma suprema de la sabiduría: el amor. Eso lo hizo ser verdaderamente sabio. Cuando evocaba las noches que pasó con la mujer amada una clara sonrisa le iluminaba el rostro. Y es que a veces para ser feliz lo único que se necesita es el recuerdo de la felicidad
¡Hasta mañana!...