A los 50 años de edad John De se prendó de una mozuela de 18.
Dee era el mayor filósofo de su época. Maestro en Bolonia, París y Estrasburgo su fama era comparable sólo a la del Aquinatense. Leía en latín, griego, árabe, sánscrito y hebreo. De él se decía que era el único que entendía a cabalidad el Poema de Parménides.
Y, sin embargo, aquel hombre tan sabio, espejo de razón, cayó en las manos de aquella muchachilla que hizo de él su juguete. Por ella abandonó su cátedra; por ella hacía el ridículo en las ferias bailando las danzas de los jóvenes; por ella vendió sus libros para satisfacerle sus caprichos.
Bien pronto la coqueta se cansó de él y lo dejó por un gañán sin oficio conocido. John Dee se recluyó en su casa. Lloraba más por vergüenza que por el abandono de la infame. Bebía en soledad hasta embriagarse, y entonces lloraba más.
Pero de pronto le llegaba el recuerdo de la mujer que había amado, y entonces se le iluminaba el rostro. Ni cuando profesaba cátedra ni cuando estudiaba sus infolios sonrió así.
¡Hasta mañana!...