Si nos exponemos a los rayos UVB y UVA sin protección, la piel sufre daños (como quemaduras), los cuales no se revierten.
Cuando una persona se expone mucho tiempo a los rayos UVB y UVA sin protección, su piel sufre lesiones graves como úlceras y quemaduras. Aunque se recupere, no volverá a tener la misma capacidad para asolearse porque ha gastado su capital solar.
En Europa, hace algunos años, comenzó a utilizarse este término para referirse a las defensas naturales que tiene nuestra piel para proteger sus estructuras internas y externas del daño que causa el sol. En Australia, país con altos índices de cáncer de piel, se han realizado estudios más profundos al respecto, los cuales revelaron que cuando el capital solar se agota, la piel se vuelve vulnerable a las radiaciones.
De acuerdo a los especialistas, el capital solar incluye los recursos que tiene la piel para bloquear de manera natural los estragos del sol, tanto en las capas superficiales como en las internas, es decir, en epidermis y en dermis.
Esta capacidad de protección varía de persona a persona y está determinada en primer lugar por el fototipo, pero también involucra factores genéticos, la frecuencia con que nos hemos asoleado desde que éramos niños y nuestra costumbre, o no, de protegernos.
Así como las huellas digitales, nuestro capital solar es individual y único; además, no se puede medir en grados, centímetros, potencia ni otra forma cuantitativa. Simplemente existe, es débil o se ha agotado. Sin embargo, sí podemos encontrar evidencias del estado en que se encuentra, con el número de manchas en el rostro y cuerpo, el envejecimiento prematuro y la menor tolerancia a la exposición solar.
Este capital no se renueva, pues a pesar de que la piel aparentemente se regenere de las agresiones, su capacidad para tolerar los rayos UV nunca será la misma, y si se expone a la radiación solar, puede sufrir consecuencias estéticas, como el envejecimiento prematuro cutáneo, y médicas, siendo la más grave, el cáncer de piel.
El envejecimiento por acción del sol, llamado fotoenvejecimiento, a diferencia del natural, se caracteriza por piel seca, flácida, gruesa, llena de pecas, con aspecto de pergamino, arrugas profundas y manchas en diferentes partes del cuerpo. Generalmente, las áreas más dañadas son rostro, cuello, área del escote, hombros y manos.
¿Cuál es tu fototipo?
El color de nuestra piel es uno de los factores que determina nuestra tolerancia al sol. En 1974, Thomas B. Fitzpatrick, dermatólogo de la Universidad de Harvard, desarrolló una clasificación con seis categorías a las que nombró fototipo.
Fototipo I
Cabello rubio o pelirrojo, ojos claros, ya sean verdes o azules, y una piel muy pálida. No pueden exponerse al sol porque se queman con mucha facilidad.
Fototipo II
Piel clara y a menudo salpicada con pecas, ojos azules o castaños, pelo rubio o pelirrojo. Toleran un poco más los rayos solares, aunque también son delicados.
Fototipo III
De cabello rubio o castaño claro, los ojos que pueden ser verdes o marrones y un tono de piel clara en invierno, pero pueden broncearse en verano, tomando un tono miel o dorado.
Fototipo IV
Personas con cabello castaño oscuro, ojos marrones y piel morena clara. Si se exponen al sol con las debidas precauciones, pueden obtener un tono dorado o canela.
Fototipo V
Piel morena, clara u oscura, con ojos y cabello negro. Toleran bastante bien los rayos solares y pueden broncearse con cierta facilidad.
Fototipo VI
Incluye a las personas de raza negra. Piel muy oscura, al igual que el cabello y ojos. Son muy tolerantes al sol.