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Marcela Pámanes

En una sociedad que privilegia la estética, lo lindo, lo que huele bien, lo que es políticamente correcto, lo que es equilibrado, lo que es armónico, difícilmente sucumbiremos a perder el estilo, a 'resbalarnos', a 'hacer el ridículo'. Solemos guardar las formas, ser muy educados, corremos cortesías, somos, si quieres, hasta sofisticados en nuestras maneras. No hacemos ruido cuando comemos, nos limpiamos la boca antes de dar un trago a la bebida, le damos el paso a las señoras y a las personas mayores, decimos “provecho” cuando empezamos a comer y si somos invitados nunca empezamos antes que los anfitriones, no ponemos el celular en la mesa ni usamos mondadientes, nunca le marcamos a nadie después de las diez, nunca nos metemos en las filas, no llamamos al mesero “mi amigo”, en fin, que seguimos al pie de la letra los manuales de urbanidad.

Las reglas de educación son fundamentales para una sana convivencia, es cierto que cuando están ausentes se complican las relaciones. Son formas no fondos, sin embargo, esas formas nos hacen preferir a algunos por encima de muchos. La sofisticación tampoco puede ser actuada, se nota cuando alguien quiere impresionar con sus maneras pero su afán es tal que las lleva al terreno de lo chocante y esto también puede ser motivo de convertirse en indeseable.

Ser natural, cómodo, a gusto, no es pretexto para no considerar a los demás. Todos conocemos a excelentes anfitriones que tienen esa rara cualidad de atenderte con esmero, pero hacen que no se note el esfuerzo. Hay quienes son mucho más relajados y convierten las reuniones en self service, y coincidirás conmigo que hay que buscar el punto medio, eso también forma parte de una buena educación, la cual concibo como la oportunidad que tenemos de sentirnos bien y hacer sentir bien a los demás.

Casi siempre la educación recae en la madre, por eso somos los ogros para los hijos, entre el “lávate la boca”, “no pongas los codos en la mesa”, “come con la boca cerrada”, “no corras en la casa”, “deja las cosas en su lugar”, “no abras los refrigeradores en otras casas”, “no abras cajones que no son tuyos”, “acomídete siempre”, “da las gracias”, “saluda cuando llegues y despídete cuando te vayas”, “ no digas groserías” y una interminable lista que nunca se acorta y siempre se extiende, nos pasamos la vida enseñando y corrigiendo. Pensamos que la tarea culminará con la llegada a la vida adulta de los hijos, pero nos equivocamos, esta tarea nunca termina.

Creo que es muy importante que lo mismo que pedimos en relación al comportamiento fuera de casa, lo vivamos al interior, ahí es realmente en donde debemos concentrarnos y no olvidar que es el ejemplo el que educa.

Hace días estaba en la cocina de casa, cuya ventana da a la calle, lavaba platos cuando el sonido de un eructo me hizo voltear y alcancé a ver a un joven que iba en bicicleta y que sin duda era el que había emitido semejante estridencia. Eso me hizo pensar en mi propio comportamiento, ya que me quedó claro que él sintió que nadie lo observaba. ¿Qué somos capaces de hacer cuando nadie nos observa? Poner atención en ello nos hará que se revele un personaje un tanto desconocido que habita en nosotros.

Eructar, soltar gases, hurgarse la nariz, comer sin delicadeza, quitarse la cerilla... el sólo mencionar que alguien pueda hacerlo nos provoca incomodidad, pero, a ver, ¿cuántos de nosotros podemos decir que nunca lo hemos hecho cuando estamos solos? No es cuestión de descalificar a quienes de manera auténtica levantaron la mano y reconocieron que sí lo han hecho, más bien es darnos cuenta que todos compartimos esta humanidad que nos hace ser unos delante de los otros y otros delante de nosotros mismos.

Entiendo que en la intimidad de cada persona nadie se puede meter, y este tipo de conductas 'democratiza' nuestra humanidad. Sin decir que está bien o está mal, aceptemos que todos tenemos necesidades comunes, compartidas y eso es lo que en un momento dado nos coloca a todos en el mismo nivel, no importa el rango, los recursos económicos o la sapiencia.

Ser educado te abre puertas. La más importante, la que conduce a estar bien con nosotros mismos.

Twitter: @mpamanes

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