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NUESTRA SALUD MENTAL

Dr. Víctor Albores García

ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A.C. (PSILAC).

CAPÍTULO COAHUILA DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA

ADOLESCENCIA EN EL SIGLO XXI

CUADRAGÉSIMA SEGUNDA PARTE

En esta variedad de familias mencionadas la semana pasada, en las que el papel y las funciones del padre como miembro básico del grupo tratan de ser suplantadas y compensadas por otros personajes incluyendo la madre en un doble rol, las abuelas, abuelos y otros familiares importantes, o los mismos hijos o hijas parentales, es posible que el natural proceso de desarrollo de la familia y de sus miembros presente una mayor variedad de conflictos y dificultades, que tiendan a entorpecerlo y hacerlo más lento, a paralizarlo o hasta frenarlo y bloquearlo por completo como sucede en muchos casos, en los que la familia y sus miembros inclusive llegan a permanecer anclados. Es natural deducir que cuando una madre funciona ella sola como la cabeza de la familia, sin la presencia del padre como esposo, y sin constituirse en esa dupla ideal administrativa y directriz de la familia, aumentarán los grados de dependencia entre ella y los hijos hasta alcanzar niveles variables según las circunstancias, la personalidad de cada uno y el estilo de vinculación adquirida entre ellos. Generalmente, este tipo de familias uniparentales, tienden a ser más vulnerables y menos estructuradas ante la falta de una pareja marital integrada que funcione como un equipo directriz, organizador y disciplinario adecuado que presente un frente común ante los hijos en todas las diversas y tan variadas áreas del desarrollo y de la vida cotidiana. Tal situación en un gran porcentaje, determina esa tendencia a una mayor dependencia entre la madre y los hijos, como una estrategia de control y de disciplina que se trata de implementar dentro de la familia, lo cual a su vez puede funcionar exitosamente, pero también puede dificultar los niveles de independencia que alcancen cada uno de los hijos adolescentes, con las consecuentes limitaciones para proseguir ese proceso de separación-individuación como parte del desarrollo natural. En otro porcentaje de este estilo de familias, tales niveles de dependencia en los hijos adolescentes, se llegan a manifestar como crisis de enojo, rebeldía, inconformidad y hasta confrontaciones con la madre, que en algunas ocasiones se convierten en conductas agresivas, explosivas, delictivas e irregulares que buscan llamar la atención de ella, canalizadas inclusive a través del uso o del abuso del alcohol, la nicotina u otras drogas legales o ilegales. Para otros adolescentes, chicas y chicos, su inconformidad y rebeldía puede resultar también en conductas sexuales impulsivas, imprudentes, descuidadas que culminan en fugas del hogar, embarazos prematuros, accidentes de tránsito, tendencias a cortarse o dañarse físicamente, o hasta intentos de suicidio abiertamente; conductas todas ellas que representan señales conscientes o inconscientes de su confusión y de su necesidad de ayuda, apoyo y protección. Desgraciadamente, ante la irritación, la ansiedad, el enojo, la decepción y la impotencia que producen tales conductas tanto en la madre, como en los hijos o hijas adolescentes, éstas tienden a interpretarse meramente como berrinches, como actos futiles de venganza y rebeldía, pero no llegan a ser comprendidos totalmente como posibles síntomas de un trastorno psiquiátrico, ni como señales de alerta o de alarma, de un chico o una chica posiblemente desorientado y perdido que está pidiendo ayuda en el único y más primitivo idioma que conoce; ayuda no sólo para sí mismo, sino para toda su familia (continuará).

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