¿Y qué es la literatura, sino una extensa carta dirigida a la humanidad, que llega como el eco de una voz ceñida por la tinta?
"¿Nunca te he contado el cuento de que me caes re bien? Pues si ése ya lo sabes te voy a contar otro: Ahí tienes que había una vez un muchacho más loco, que toda la vida se la había pasado sueñe y sueñe…" En unas pocas líneas intuimos que vale para escribir una carta de amor lo mismo que para cualquier ficción: imaginación, emoción, creatividad y un sentido de juego.
Conforme vamos de carta en carta, de las 84 que componen el libro, Cartas a Clara, disponible en las ediciones del Programa Nacional de Salas de Lectura de la Secretaría de Cultura, es imposible no volver a crear también a quien las escribió, Juan Rulfo.
La invención literaria parte de la intimidad en la que intervienen apartarse del mundo y la soledad. Como anota Alberto Vital en el prólogo, "reconocer que la materia cruda de la vida es el impulso inicial para transformaciones verbales y anímicas que alguna vez emergerán convertidas en acontecimientos literarios". Rulfo, al decir al final de la primera carta "He sembrado un hueso de durazno en tu nombre" da el primer paso hacia una narrativa de sí mismo que cuelga del provocativo árbol del amor.
Le acompañamos en restaurantes, en los distintos espacios donde habitó; en las rutas que le marcaba su trabajo, mientras escribe. Captamos en ellas un movimiento espiritual que se desplaza de la desolación a la esperanza. "Son las diez de la noche y se me magulla el alma de pensar que tú algún día llegues a olvidarte de este loco muchacho. No, ahora no estoy triste. Tristeza la de antes de conocerte, cuando el mundo estaba cerrado y oscuro… me hace falta tantita de tu bondad, porque la mía está endurecida y echada a perder de tanto andar solo y desamparado." Son 84 cartas escritas por el autor de Pedro Páramo a su compañera Clara A. Aparicio.