El hecho en sí mismo es inusual. Que un vicepresidente de la primera potencia mundial venga a México y se sienta obligado moralmente a ofrecer disculpas por la retórica antiinmigrante de algunos precandidatos republicanos en su país es algo que no se ve todos los días. Mejor dicho, no se había visto nunca. Joe Biden, en la visita que realizó la semana pasada a México, lo hizo. Y dijo también que las expresiones contra mexicanos no son la opinión de la mayoría del pueblo estadounidense. Aunque el vicepresidente norteamericano en esto último tiene razón, no puede soslayarse el hecho de que el discurso xenofóbico del precandidato Donald Trump, que es el que cuenta con mayor proyección, sí representa a por lo menos el 39 por ciento del electorado republicano, de acuerdo con una encuesta reciente. Más de la mitad de esos votantes manifiesta estar de acuerdo con deportar a todos los indocumentados inmigrantes que se encuentren trabajando de aquel lado de la frontera. Es cierto, no es la opinión de la mayoría, pero sí de un sector que en los últimos años ha ido creciendo en fuerza y exposición mediática.
Más allá de la polémica sobre la oportunidad de las disculpas de Biden o si es al gobierno estadounidense a quien corresponde ofrecerlas, lo pertinente es revisar el nivel en el que se encuentran las relaciones bilaterales entre México y el poderoso vecino del norte con miras al fortalecimiento institucional para evitar cambios de timón indeseables. Si bien es cierto que la relación nunca ha sido fácil, la vecindad y la amplia superioridad económica de Estados Unidos han llevado a los gobiernos de ambas naciones a establecer acuerdos y tratados de distinta índole pero, sobre todo, comerciales. Desde mediados de la década pasada y la primera mitad de la presente, la agenda binacional se concentró en dos temas: seguridad pública y migración. La alta demanda de narcóticos en Estados Unidos procedentes de México y la falta de controles en aquel país en la venta de armas que llegan a manos de los cárteles mexicanos, han tensado en varias ocasiones la relación. También lo han hecho los abusos y asesinatos cometidos por policías de ciudades norteamericanas contra connacionales indocumentados.
La administración de Barack Obama ha manifestado en numerosas ocasiones su intención de sacar la agenda méxico-norteamericana del estancamiento por esos dos temas. En mayo de 2013, los gobiernos de ambos países establecieron el compromiso de sostener un Diálogo Económico de Alto Nivel (DAEN), para destrabar la relación y avanzar hacia otros temas además de los recurrentes. Los objetivos son promover la competitividad y la conectividad; fomentar el crecimiento económico, la productividad, el emprendimiento y la innovación, ejercer conjuntamente un liderazgo regional y global. Las crecientes ofensas de Trump y las recientes disculpas de Biden han dejado en segundo plano de exposición el seguimiento a la nueva agenda impulsada por el DAEN. Es así que, tras la estridencia existen temas que ya se están discutiendo entre ambos gobiernos, como energía, fronteras modernas, desarrollo laboral, cooperación regulatoria, liderazgo regional y global y vinculación con actores relevantes.
Sería muy ingenuo pensar que detrás de este diálogo existe sólo buena voluntad. Hay intereses y es obvio que los intereses más densos son los de la nación que tiene mayor peso económico, político y militar. Pero aun en estas condiciones, o por ellas mismas, el diálogo siempre será preferible a la confrontación o la decisión unilateral. Y este es el espacio que le toca defender al gobierno mexicano frente a la amenaza que representa la postura xenofóbica y racista que comienza a dominar al ala conservadora de la política norteamericana. Pero también es el espacio que debe vigilar la sociedad civil de ambos países, para saber lo que sus gobiernos están acordando en su representación. Más allá de las ofensas y las disculpas, la diplomacia internacional es la principal arma, tal vez la única, con la que puede contar un país emergente frente a una gran potencia con un liderazgo desquiciado. ¿Lo tendrá claro el gobierno de Enrique Peña Nieto? ¿Lo tendremos claro los mexicanos?